El
mar de invierno es distinto del mar de verano y la distancia que los
separa se mide en grados de latitud y longitud.
En vez de oler a
crema bronceadora huele a aceite de ballena, a bodega de mercante y a
madera podrida. La madera podrida puede proceder de ramas desgajadas
por las tempestades o de naufragios sin supervivientes.
Los faros
emiten haces de luz que nadie recibe, pues los barcos están
tripulados por esqueletos a la deriva. Los faros son los primeros en
soportar la acometida de los temporales; por eso les sale musgo en
las lámparas y se averían las lentes de Fresnel.
En el mar de
invierno es posible conjeturar la existencia de islas incógnitas.
Las sirenas, a pesar de su desnudez, prefieren los archipiélagos donde van a suicidarse las focas y los bloques de hielo errantes.
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