Cuaderno de invierno, 17 (o el mar de invierno)



El  mar de invierno es distinto del mar de verano y la distancia que los separa se mide en grados de latitud y longitud. 




En vez de oler a crema bronceadora huele a aceite de ballena, a bodega de mercante y a madera podrida. La madera podrida puede proceder de ramas desgajadas por las tempestades o de naufragios sin supervivientes. 




Los faros emiten haces de luz que nadie recibe, pues los barcos están tripulados por esqueletos a la deriva. Los faros son los primeros en soportar la acometida de los temporales; por eso les sale musgo en las lámparas y se averían las lentes de Fresnel. 




En el mar de invierno es posible conjeturar la existencia de islas incógnitas. Las sirenas, a pesar de su desnudez, prefieren los archipiélagos donde van a suicidarse las focas y los bloques de hielo errantes.

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