Paseando
por la Gran Vía de Madrid, me paro a contemplar el edificio de la
Telefónica. No es su altura lo que me llama la atención, modesta en
comparación con la de los modernos rascacielos, sino el recuerdo de los bombardeos que sufrió en la guerra.
Debo
este interés a la reciente lectura de los libros de Arturo Barea,
que, como se sabe, trabajó ahí, en una oficina de censura del
gobierno republicano, durante el sitio de Madrid por los fascistas.
En La forja de un rebelde se cuenta el caso de una bomba
alemana que cayó en el edificio y no explotó. Contenía un mensaje.
Había sido saboteada por los trabajadores alemanes en solidaridad
con el pueblo español.
Al
lado de la Telefónica hay un centro comercial que atrae a multitud
de consumidores por sus precios baratos. Dicen que en las etiquetas
de sus productos han aparecido mensajes de auxilio. Están escritos por los
trabajadores asiáticos que los fabrican y denuncian la
explotación laboral de que son víctimas.
¿Nos
solidarizamos nosotros con ellos?
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