Quién no conoce a la Muerte






En un curso universitario de verano, que tuvo lugar en El Escorial, asistí a una extraña encuesta sobre la muerte. El curso trataba de literatura de viajes y el conferenciante, un veterano periodista de guerra, se dirigió al público en los siguientes términos:
–Por favor, que levante la mano quien haya visto alguna vez un muerto; o sea, un cadáver.
Todos, a excepción de algún estudiante despistado, que se entretenía dibujando monigotes en el cuaderno, levantamos la mano.
Luego dijo:
–Ahora, por favor, que levante la mano quien haya visto morir a alguien.
Se levantaron muchas manos, aunque no tantas como antes. La mayor parte del auditorio éramos adultos y realmente es difícil llegar a cierta edad sin haber presenciado la agonía de un ser querido en la cama del hospital.
Dijo a continuación:
–Por último, que levante la mano quien haya visto matar a alguien.
Solo se levantó una mano: la de una periodista que, como él, había sido reportera de guerra.
El conferenciante recordó el primer homicidio que había cubierto en su carrera profesional: el fusilamiento de un guerrillero en Nicaragua. Evocó la conversación que había mantenido con la víctima, su desesperada resignación y la impasibilidad de los ejecutores. El periodista lo había entrevistado unas horas antes de morir y lo había fotografiado cuando caía bajo las balas. Había charlado con los miembros del pelotón de fusilamiento. Quizás habían compartido un cigarrillo o un chiste subido de tono; quizá un debate de mayor altura sobre las diferentes maneras de llamar a las cosas en Nicaragua y en España. Y todo ello mientras el cadáver permanecía tirado en medio de un charco de sangre, como en el cuadro de Goya, expuesto a los fotógrafos.


Era la última sesión de la mañana. Los alumnos del curso nos dispersamos por las calles del pueblo para buscar un restaurante donde se comiera bien y barato. Si además tenía vistas a los montes de la sierra y a la sobria arquitectura de estilo Imperio, tanto mejor.
En el camino, una estudiante de Filología comentó que el periodista se había olvidado de plantear una última cuestión.
–¿Cuál? –preguntamos.
Puso la voz grave del reportero:
–Para terminar, señoras y señores, que levante la mano quien haya matado a alguien.
La ocurrencia nos hizo reír. ¿Y si alguien hubiera levantado la mano? Durante la sobremesa, como en las novelas de detectives, pasamos revista a los rasgos de personalidad y pautas de comportamiento de todos los compañeros del curso, tratando de averiguar si habría algún asesino entre nosotros. Todos nos volvimos sospechosos.



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