Un poema de Hombre planetario



Lo descubrí en un libro de castellano para extranjeros, uno de esos libros caóticos en los que al lado de las fichas gramaticales y los ejercicios para rellenar huecos con subjuntivos inverosímiles aparecen fragmentos del mundo real, como anuncios publicitarios, letras de canciones, instrucciones de aparatos, facturas de la luz y fotografías de bailarinas flamencas y de esquiadores. 

Allí, arrinconado en una página con actividades de vocabulario, estaba el poema.

Cuando fui al Ecuador lo busqué en una librería de Quito. Me lo ofrecieron en una antología poética que incluía un estudio introductorio y temas para trabajo de los estudiantes. Es una edición de pésima calidad, pero puse mi firma y la fecha para recordar el evento: Ecuador, julio de 2002.

Investigué en algunos manuales de literatura hispanoamericana, como el de Jean Franco, que había frecuentado en la Universidad. En el capítulo de La poesía posterior al modernismo dedica unas líneas al autor. Dice que fue diplomático, que recibió influencias de la literatura de Oriente y que adaptó el haiku al castellano. Añade este apunte intrigante: En su poesía explora el mundo objetivo. Pero no hay nada sobre el poema que yo buscaba.

En la Wikipedia y en el Centro Virtual Cervantes se le presta mayor atención. Su poesía fue calificada de indofuturista por Gabriela Mistral. Militó en el Partido Socialista de su país. En 1977, Jorge Carrera Andrade recibió el máximo galardón de las letras ecuatorianas, el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo.

El poema que había descubierto por casualidad en un libro de gramática pertenece a Hombre planetario (1959). Desde que lo conocí, es uno de los que mando aprender a mis alumnos para los ejercicios de recitación. Lo anoto aquí, aunque creo que ya lo había citado en otro artículo y que me repito como los viejos:


Vendrá un día más puro que los otros:
estallará la paz sobre la tierra
como un sol de cristal. Un fulgor nuevo
envolverá las cosas.
Los hombres cantarán en los caminos,
libres ya de la muerte solapada.
El trigo crecerá sobre los restos
de las armas destruidas
y nadie verterá
la sangre de su hermano,
El mundo será entonces de las fuentes
y las espigas, que impondrán su imperio
de abundancia y frescura sin fronteras.
Los ancianos tan solo, en el domingo
de su vida apacible,
esperarán la muerte,
la muerte natural, fin de jornada,
paisaje más hermoso que el poniente.


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