En
la clase leen un poema de Gloria Fuertes. En el poema hay algo que no
se entiende. Ella dice que nació a los dos días de edad y eso, ¿en
qué cabeza cabe? También dice que a los tres años ya sabía leer,
que a los catorce le pilló la guerra y que a lo quince se murió su
madre. La muerte de la madre le deja consternado. No atiende al resto
del poema y se figura qué sería de él si a su madre le ocurriera una desgracia.
Porque
a su madre ya le ha pasado algo, algo grave: la enfermedad cuyo nombre se susurra con espanto. Su padre se lo dijo sin ocultarle el riesgo que ella corría en la operación.
Quizá no le contara todo. Y cuando le aseguró que todo saldría
bien, quizá solo quisiera animarlo, convencerse a sí mismo, aunque la promesa se cumplió y
ahora la madre está curada y le ha vuelto a crecer el pelo.
La
profesora lee muy bien, vocalizando y poniendo sentimiento, como les
exige a ellos que lo hagan. A veces se emociona tanto que sin querer
rocía de saliva a los que están sentados cerca. Estos disimulan y
mantienen el tipo como si no se hubieran dado cuenta; o tal vez, si la
profesora no los mira, se limpian con asco mientras los demás les
hacen burla.
Hoy
la profesora no ha duchado a nadie, pero se va de clase furiosa.
A Yago le ha ha entrado la risa al oír que la autora se iba a los
pueblos por zanahorias. La profesora le ha sacado a leer en voz alta
y él ha leído a los nueve años me pilló un catarro en vez
de a los nueve años me pilló un carro.
Toda
la clase se alborota, menos él, que sigue dándole vueltas a la idea
de perder a su madre cuando más falta le hace.
La
profesora no sabrá nunca de qué manera el poema leído conmociona a uno de sus alumnos. La profesora copia palabras en la pizarra y les
explica los adjetivos. Luego suena el timbre. La lección ha
terminado.
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