Vertientes




Subo a las tierras altas, frías, desamparadas y agrestes que hay a medio camino entre las playas del Cantábrico y la meseta del Duero. Si me dejo caer para un lado, llego al mar en una hora; si para el otro, a Tierra de Campos. País de países: las míticas estepas, las brumas y galernas del Norte, el espíritu de la Montaña. Todo está cerca: basta deslizarse con esquíes por la ladera abajo hasta que la nieve se derrita transformándose en arena de playa o espiga de cebada. Hay, sin embargo, obsesión por guardar las distancias e incluso agrandarlas si cabe. Se apela a tribus de la Edad del Hierro, a irreconciliables reinos que guerreaban bajo el amparo de potencias celestiales. La Historia, las Lenguas y sus Literaturas nos condenan a no entendernos según investigaciones fidedignas de algunos historiadores, lingüistas y literatos. Me acuerdo de Irra, el doctor de Gromba Feceria que aparece en El testimonio de Yarfoz, la novela de Rafael Sánchez Ferlosio: No es que se trate de separar por fuerza ni de juntar contra la voluntad, ni de que las vertientes donde cambian las lenguas tengan que ser como las lindes donde los campos cambian de señor. Ni la concordia tiene que fundarse en la igualdad de lenguas, ni la discordia está justificada por la disparidad. […] Ni es ninguna ventura la unidad en sí misma, sino a menudo, faltando la amistad, blasón de predominio y, por tanto, de privilegio y sustracción. Sea como fuere, corren malos tiempos para que los señores del capital y la burguesía intelectual nos azucen con discordias.

 

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