En la estepa




Hay que ver, a mis amigos del norte les horroriza la estepa. Hay que ver, a mis amigos del sur, también. Mis amigos del centro se encogen de hombros: cambiarían un monte de encinas por una sombrilla en la playa. Unos y otros dicen que la vida es allí invivible, el sol derrite los cascos de ingeniosos majaderos, los muertos se mueren naturalmente de asco, los viejos alargan el momento a golpe de blasfemias y fichas de dominó. 

Yo declaro que los poetas son culpables. Ellos inventaron una meseta mística de hombres secos y mujeres secas, y ahora a ver quién es el listo que les lleva la contraria.

Sin embargo, yo no cambio un cardo por un poema lírico. Yo no cambio un camino de la estepa por un plato de sardinas.

Yo me iría a andar todos los caminos perpendiculares a la línea del horizonte. Tan hermosos me parecen con nieve como abrasados por el sol.

Solo necesito una mochila y tal vez una bicicleta. Prometo no utilizar los adjetivos monótono, decrépito, épico, ascético, áspero, inhóspito ni otras cursilerías por el estilo en mi cuaderno de viaje. 

Llevaré una espiga en el sombrero. Buscaré los lugares donde vuelan las avutardas.


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