Hay
una montaña que se llama Montón de Trigo, aunque allá
arriba, a dos mil metros de altura, solo se dan los pinos, los
piornos y las piedras en la cumbre. Seguramente el nombre se lo puso
la gente del llano. Los que la veían desde lejos, los que jamás
pensarían en subir a su cima.
Basta
que una montaña se llame Mujer Muerta para que todos nos
figuremos la cabeza, el pecho y los pies de una gigantesca mujer
pétrea tendida en el llano. Cuentan las leyendas amores trágicos.
Muere una mujer. No sabemos si existió realmente esa mujer muerta en
circunstancias misteriosas. Lo cierto es que decimos Mujer Muerta
y vemos alzarse, azul y blanca, la montaña en el horizonte.
¡Qué
ridículo, qué lírico, qué orgulloso caminante solitario fui en mi
adolescencia! ¡Qué distinto, qué expulsado de los demás, qué
caminante solitario fui en mi adolescencia!
Algunos nos conformamos con respirar el aire puro de la Sierra. Pasear
tranquilamente por cerros y por campos. Sin embargo, muchos
habitantes de la ciudad despreciarían estos parajes si no estuvieran
plagados de piscinas, pistas de tenis y buenas carreteras que
comunican el centro de la ciudad con las urbanizaciones de chalés.
No somos un pueblo con cultura de cabaña: cuanto más rústica,
mejor. El chalet representa lo contrario del espíritu de Walden.
Aspiramos a tener en las afueras la casa que no podemos permitirnos
en la ciudad, y siempre hay un Gil dispuesto a hacer realidad
nuestros sueños. Así le va a la Sierra.
Cerca
de la cumbre hay una laguna glacial. Donde hace miles de años,
edades geológicas, reinó el hielo, ahora se remansa el agua entre
pastizales y turberas. Cambios climáticos siempre hubo. Pero el
hielo no se derritió de la noche a la mañana en una atmósfera
envenenada por los pedos apestosos de los señores del capital.
Cuando se seque la laguna, cuando no crezca una brizna de hierba,
¿qué quedará?
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