Cuando
éramos niños subíamos a buscar casquillos de balas, restos de
metralla y chatarra de la guerra a las trincheras del frente de
Guadarrama. En una ladera de la montaña estaban los nacionalistas;
en otra, los republicanos. Miles de combatientes murieron en las
cumbres de Guadarrama. Las personas mayores recuerdan con espanto los
horrores de la guerra. Pero antes de la guerra había bandidos y
había hombres del saco; y después de la guerra, hubo más guerra.
Para las personas mayores el monte nunca representó la paz y la
tranquilidad. Nunca fue seguro aventurarse por los caminos de la
Sierra. A nadie que temiera ser degollado en los oscuro de una cañada
se le ocurriría detenerse a contemplar el paisaje. No existía el
paisaje ni la nostalgia de la Naturaleza.
En el pinar de Las Mesas encontré un obús sin explotar. Avisé a las autoridades. El proyectil movilizó a un
equipo de guardias civiles. Hacía cerca de medio
siglo desde el final de la guerra. En tantos años el inútil
artefacto no había matado a nadie. En vez de caer sobre el tejado de
una casa para matar a las personas que cenaban, dormían o hacían el
amor, había caído en medio del monte. Medio siglo después del fin
de las hostilidades, ni siquiera a mí me había causado un rasguño.
¡Qué derroche de esfuerzo bélico: sin destrucción, sin víctimas,
sin efectos colaterales!
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