Los esquiadores que para la práctica de su deporte necesitan sembrar las montañas de remontes mecánicos, hoteles y cafeterías; y los cazadores que para la práctica de su deporte necesitan disponer en exclusiva de cotos donde disparar tranquilamente a todo lo que se mueva, reclaman los mismos derechos de uso y disfrute de la naturaleza que los simples excursionistas que se limitan a caminar por un sendero. ¡Esos sí que son demagogos de la igualdad!
Ahora
que existen las motosierras y potente maquinaria forestal, los
folkloristas reivindicamos la figura del gabarrero. Los gabarreros
apeaban los árboles a hachazos. Desroñaban los troncos y los
arrastraban con yuntas de bueyes. Gracias al progreso técnico, ya no
hay gabarreros. Y como ya no hay gabarreros, se ha erigido un
monumento a los gabarreros y se ha instituido la fiesta de los
gabarreros. Los investigadores recopilan su léxico, las palabras del
bosque que se marchitan en el diccionario. Los hijos de los
gabarreros entrenan en gimnasios y compiten en campeonatos
internacionales de corte de leña, en los que se miden con sus
colegas vascos o australianos. Ahora que gracias al avance de la
silvicultura no existen los gabarreros, ¡vivan los gabarreros!
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