−Metafísico
estáis (contemplando un páramo, un yermo, un altiplano como el
Campo Azálvaro).
−Es
que no ando, leo a los poetas de Castilla.
Cuando
la ciudad ciñe la Sierra y las urbanizaciones escalan las laderas
hasta cerca de las cumbres, se acuerdan de declararla Parque
Nacional. Más valdría declararla Zona Catastrófica y aplicar
medidas de emergencia para evitar su total devastación. Pienso, sin ir más lejos, en el caso de Valcotos, donde se desmontó la estación de esquí y hoy se recupera de sus heridas el alto Guadarrama.
En
las peñas de Cuelgamuros los fascistas erigieron su colosal
monumento a la Victoria. Templo de la religión del odio custodiado
por sacristanes del Anticristo aspira a fundirse con el paisaje de
Guadarrama, como el cercano monasterio del Escorial o los palacios de
Riofrío y La Granja. La erosión natural, el ciclo de las
estaciones, la caída de las hojas, las nieves del invierno y el
cultivo de la desmemoria juegan a su favor. Cuando nosotros seamos
polvo, las piedras que aplastan a los muertos permanecerán. Piedra
sobre piedra, el hombre, dónde estuvo?, pregunta Neruda a las
piedras de la ciudad perdida de los incas. Y clama:
Devuélveme al esclavo que enterraste! Pero el Valle de los
Caídos no es vestigio de ninguna civilización perdida. Es solo un
coloso que estremece por su inhumanidad, como las picotas donde se
exhibían los cuerpos descuartizados de los reos para aviso a
caminantes.
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