En el monte de Las Mesas me encuentro con una manada de más de una docena de jabalíes.
Cruzan delante de mí, en estampida, sin percatarse de mi presencia.
Me oculto y los observo con los prismáticos. Están en la orilla de
un arroyo, a unos cincuenta metros de mi posición. Dos rayones se
enganchan a las ubres de la madre. Otros hozan en el suelo
o se revuelcan en el barro.
Hoy
me siento Félix Rodríguez de la Fuente. Hoy se hace realidad un sueño
que muchas personas de mi edad soñamos en la infancia, en aquellos tiempos gloriosos de El hombre y la tierra.
He
vuelto a Peña del Oso tras un período de muchos años sin pisar su
cumbre. Antes había la figura de un oso o una osa junto al vértice
geodésico. Pero ya no está el monumento del oso u osa que yo conocí
de joven. Quizá lo hayan derribado las ventiscas. Quizá simplemente
lo ha desgastado el tiempo.
En
su lugar hay una osa con su cría. Por lo demás, las mismas
pendientes, las mismas pedrizas, el mismo cielo cercano.
Mucho
han mejorado las cosas en Peñalara desde aquellos tiempos bárbaros
en que cualquiera podía acampar en la orilla de las lagunas
glaciares; y sembrar de papel higiénico, plásticos y latas las
turberas. Cualquiera podía bañarse en verano o patinar sobre hielo
en invierno. Mucho han mejorado las cosas y mucho deberían mejorar
aún.
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