Sobre
los métodos obsoletos de los profesores y su falta de formación
pedagógica hay, al parecer, un clamor unánime. Es una opinión muy
extendida que la falta de motivación de los alumnos se debe a una
cuestión de procedimientos didácticos. Si se cambia el método,
adecuándolo a los transformaciones sociales, se solucionará, por
tanto, el problema. El uso de las tecnologías de la información y
la comunicación en las aulas, y la enseñanza en inglés se nos
presentan como piedra de toque de la posmodernidad educativa. Se
reclama a los profesores que empleen los ordenadores y pizarras
digitales, que se dejen de lecciones magistrales, que dominen la "lengua universal" y
guíen a sus alumnos por la enmarañada red del conocimiento global.
Eso si son capaces, porque otro lugar común es que los niños
superan a sus maestros en competencia digital.
Naturalmente,
para que cambien los métodos es necesaria la implicación de los
profesores. Hay profesores vocacionales que se apuntan al reciclaje,
pero son la excepción. La mayoría persisten en metodologías
anticuadas, ya sea por comodidad o por falta de criterio. A fin de
cuentas son funcionarios y se comportan como tales.
Esta
sarta de tópicos y verdades a medias pasa por alto, sin embargo, que
la desmotivación de los jóvenes va paralela al desprestigio de la
escuela como instrumento de liberación y progreso social. Mientras
los escolares y sus padres no vean ninguna salida al final de la
enseñanza obligatoria, mientras la competitividad salvaje condene a
la mayoría de los jóvenes al desempleo o al trabajo precario y reserve
el éxito a una minoría educada en centros privados de élite,
mientras los alumnos vegeten en la escuela esperando el momento de
pudrirse en el paro, podremos entretenerlos mejor con ordenadores y
pizarras digitales, pero nada más. También podemos adormecerlos con
lecciones magistrales y los resultados serían los mismos.
El
verdadero cambio en las formas de enseñar se producirá no cuando el
gobierno de turno cambie la ley educativa de turno, no porque se obligue a los
profesores a asistir a cursos de TIC, sino cuando una revolución
social ponga patas arriba el actual modelo de sociedad; cuando la
salida natural de las carreras de Ciencias sea la investigación
científica, los graduados en Letras puedan vivir dignamente de sus
Humanidades, y quienes deseen estudiar Carpintería lo hagan porque
les gusta trabajar la madera y porque la Carpintería les asegura un
buen futuro profesional, no porque fracasen en las disciplinas
académicas.
Pero
para eso, para que el libertinaje del capital no sea quien establezca
la demanda de ciudadanos sumisos, mecánicos iletrados, filólogos en
paro o ingenieros navales en el exilio, hay que cambiar las leyes del
mercado capitalista; o, simplemente, ponerle leyes al mercado.
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