Hay viajeros que en un cuaderno
de desgastadas tapas negras toman notas de los lugares por donde
pasan y las gentes que encuentran en su camino. Las personas, los
puentes, las plazas, los montes de países distintos quedan así
guardados para la memoria en unas escuetas líneas impresionistas. La
suerte literaria de estos sitios e individuos dependerá de si el
viajero escribe sus observaciones por la mañana o por la tarde, con
los bolsillos vacíos o la tarjeta de crédito repleta, delante de
una cerveza o con un dolor de muelas. Es injusto, pero de tal
subjetividad caprichosa no se libran ni siquiera ciudades como
Samarkanda, frecuentada por las caravanas que recorren la Ruta de la
Seda.
¿Qué escribiría sobre mí el
viajero con quien coincidí en un hostal de trotamundos, en el pueblo
medieval donde resido?
El joven mochilero me observaba
atentamente mientras yo cerraba el paraguas, lo colocaba en el
paragüero y pedía un café. Cuando entré, él era el único
cliente en el local y no cabe duda de que sus invocaciones a las
musas estaban siendo infructuosas. Aparecí, pues, en el momento
oportuno para convertirme en protagonista de sus cuentos nómadas: Entra un lugareño con tal y cual aspecto, pide
un café, se sienta enfrente de mí. Hasta ahí, todo dentro de
los límites del más estricto realismo. Pero tal vez añadiera: es
un individuo solitario, un tipo melancólico a quien
una mujer abandonó; o peor aún, a quien los médicos diagnosticaron una enfermedad incurable... Para estar a la altura de mi
personaje, adopté la pose del soñador que se distrae contemplando
el repique de la lluvia tras los cristales. Tan a la perfección
representaba mi papel que me quedé dormido. Cuando desperté, el
viajero no estaba. Se había ido, llevándose una
parte de mi alma en mi retrato (según creencias de ciertos pueblos primitivos). El
yo que quedaba era un yo soñoliento que hojeaba aburrido las páginas
de un periódico de provincias. ¿Qué países visitaría el otro yo, lejos de mi existencia vulgar y
rutinaria? ¿Qué vida viviría en la imaginación de otros, lejos de mi existencia anodina?
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