Estaba mirando un cuadro de
Frederic Edwin Church. Se titula Iceberg flotante y data de
1859. Anunciaba una exposición en la que se exhibían pinturas del romanticismo
nórdico al expresionismo abstracto.
Entonces tuve un sueño:
fundar una república flotante en un bloque de hielo a la deriva.
Entre otras ventajas, los iceberg ofrecen suelo barato. Hay agua
potable. Hay vistas al mar aseguradas para todos sus habitantes. Creo recordar que leí una historia parecida en una novela de Julio Verne.
Nuestra bandera será blanca o
no será nada. Se solicitará a la ONU la declaración de zona
extraterrestre. Importaremos la lluvia para que llueva todos los días
y paraguas para que nadie se moje: que llueva lo justo, que brote el
trigo y huela a pan recién hecho en las puertas de las casas.
Las mujeres y los hombres se
echarán la siesta a la sombra de los árboles recién plantados: la
siesta será una costumbre instituida de la que nadie tenga que
avergonzarse. Las niñas y los niños jugarán juntos, corriendo al
aire libre de las praderas: el juego y las praderas se conquistarán
al hielo. No pasaremos a la historia por la fama de nuestros
conquistadores.
Aunque exista el riesgo de
ataques perpetrados por osos, se restringirán al máximo las armas
de fuego. Se invertirá millones en combatir el cambio climático.
Nadie matará a nadie por defender los colores de un equipo de
fútbol. Por si acaso, no habrá jugadores de fútbol profesionales.
No serán imprescindibles los banqueros ni la confederación de
empresarios.
La usura y la avaricia estarán
condenadas con penas de diez años de lecturas forzosas.
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