Día del Libro 2018





En las montañas de Nicaragua ─cuenta Sergio Ramírez─, hacia 1980 aún había gente que no sabía leer y escribir. Jóvenes brigadistas acudían de todas las partes del país a enseñarlos. Cualquier descampado era apto para instalar una pizarra en la que estudiar las primeras letras. Los brigadistas no solo se ocupaban de tareas intelectuales; también cortaban café o algodón y, si era preciso, empuñaban el fusil para defender la revolución de los ataques de la contra: era la hora no solo de luchar por los demás, sino de vivir como vivían los demás.


Con motivo del premio Cervantes, la profesora leyó unas líneas de Adiós, muchachos a sus alumnos de Literatura, quienes, aunque podían figurarse un país pobre en el que la gente no supiera leer ni escribir, no entendieron el significado de la frase luchar por los demás. Por suerte suya, luchar por los demás era algo que no entraba en los contenidos mínimos, en los estándares de aprendizaje ni en las competencias clave. De este modo, pudieron pasar el resto de la clase sin prestar atención a la lectura, para mayor depresión de la profesora, que se sentía incapaz de motivarlos. 
 

Mientras, en la lejana Nicaragua, el pueblo moría acribillado en protestas contra el gobierno y las televisiones de todo el mundo emitían la muerte en directo de un periodista.



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