Hubo
un día en que los alumnos atendieron a la profesora, se portaron
bien en clase, tomaron apuntes y sonrieron a las anécdotas con que
ella aligeraba didácticamente sus lecciones. De este modo la
profesora recobró la autoestima, que tenía arrastrada por los suelos, y volvió
a creer en las virtudes de la instrucción pública.
La
profesora pudo por fin explicar las obras completas de Lope de Vega,
que, según estimaciones de los expertos, ascienden a más de mil,
aunque solo se conservan alrededor de cuatrocientas. Como
los alumnos mostraban tanto interés, la profesora se
comprometió a exigirles solo doscientas de las cuatrocientas
comedias que habían comentado en la clase de Literatura. Luego le dio
pena y cambió el examen por un debate sobre el concepto del honor en
el teatro clásico.
Sin
embargo, el debate degeneró en una bronca en la que resultaba
imposible entenderse. Dos alumnos llegaron a las manos porque uno
defendía el derecho de los maridos cornudos a vengarse y otra la
libertad de las mujeres para acostarse con quien quisieran. A dos
compañeras suyas hubo que expulsarlas porque estaban pintando
figuras obscenas en los pupitres y a todos los que jaleaban a los
contrincantes se les sancionó con una nota negativa. Al poco tiempo,
la profesora suspendió la actividad. Dio por explicadas las obras
completas de Lope de Vega y pasó al tema siguiente: “Análisis
gramatical de la Fábula de Polifemo y Galatea”.
Entonces
los alumnos reconsideraron su actitud. Se hizo el silencio. Los más
aplicados levantaban la mano para preguntar dudas, que lógicamente
eran muchas, y la profesora disfrutaba aclarándoselas, orgullosa una
vez más de su labor docente. La profesora recobró la autoestima,
que tenía arrastrada por los suelos, y volvió a creer en las virtudes de la
instrucción pública.
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