A propósito de un documental sobre la educación en Singapur




En Singapur todos los niños saben matemáticas e inglés. Cuando crecen, las multinacionales se los rifan en el mercado de talentos. Sin embargo, solo los mejores se dedican a la enseñanza. Ser maestro de escuela es tan prestigioso como ser ingeniero aeroespacial y está igual de bien pagado. Los niños dan los buenos días a los profesores. Los profesores enseñan la Física volando drones y diseñando robots. Los padres dan los buenos días a los profesores. Capitalistas de todo el mundo van a Singapur en busca del paraíso, que es su Distrito Financiero.

Por el contrario, en mi país se dedica a la enseñanza el que no vale para otra cosa. Yo, por ejemplo, soy profesor en un instituto de enseñanza secundaria. Aquí los padres se quejan de que los niños no aprenden inglés. Además, según el informe Pisa, en matemáticas estamos entre los últimos de la cola. Los niños no dan los buenos días a los profesores. Nada más solitario y patético que un profesor rodeado de treinta adolescentes en un aula hostil.


Como yo solo soy un profesor de literatura, supongo que nadie me espera en Singapur. Singapur es un país que tiene 63 islas y cinco millones de habitantes capaces de calcular cincuenta millones de decimales del número pi. La lógica del libre mercado establece que un profesor de literatura es una antigualla inútil en el Distrito Financiero. Sin embargo, en mi pueblo no hay distrito financiero y aquí tampoco valemos para nada.



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