Alto, frontera 1



Es una suerte vivir en un lugar fronterizo. A Tui, en el sur de Galicia, la separa de Portugal el río Miño. Escribo adrede la separa porque el río constituye un obstáculo natural digno de consideración. No es, desde luego, un curso de agua que se pueda cruzar fácilmente a nado y en los tiempos en que no había puentes, supongo que el único medio de atravesarlo era en barca. Aunque el Miño no sea el Amazonas y Portugal se vea ahí al lado, estamos en una Raya húmeda, imposible de vadear a pie enjuto. 

Evidentemente, la frontera natural existe con independencia de la política. Es decir, que aunque el Miño no sirviera de límite entre dos Estados, seguiría siendo una especie de confín a semejanza del cercano río del Olvido, cuya fama atemorizó a los legionarios de Décimo Junio Bruto. Según los etimólogos, la palabra rival procede de rivus, arroyo. Rivales son las gentes de riberas opuestas. Ahora bien, un río no desgarra el territorio, no es un abismo insalvable. Se suele comparar a los ríos con arterias, que son vasos por los que circula la sangre desde el corazón a las distintas partes del cuerpo. Y a nadie se le oculta que un río como el Miño lleva un gran caudal de vida compartida entre los pueblos del curso alto y los del curso bajo; y entre los pueblos de la margen derecha y los de la margen izquierda. En definitiva, que existe una fraternidad ribereña más intensa que la rivalidad fronteriza.


Para los gobernantes que trazan las fronteras, los ríos suponen un ahorro notable en mojones y vallas. Si en una guerra de conquista los del sur tomaran una franja de territorio situada al norte del río o los del norte penetraran en el sur, la falta de coincidencia entre la frontera política y la natural justificaría probablemente una nueva guerra. Fantasías bélicas aparte, los ríos, como las cordilleras, parecen plegar la naturaleza a los intereses de los Estados.


Con los dos puentes actuales, todo son facilidades para la comunicación entre ambas márgenes del Miño. El más antiguo, el Puente Internacional por antonomasia, data de 1886 y es el que utilizan el ferrocarril y los paseantes, además del tráfico local. Esta obra pública, acero y piedra al servicio de la comunidad, emociona como las mejores creaciones de las Bellas Artes. Si nos situamos en un punto intermedio con vistas a las dos villas enfrentadas y erigidas en sendos promontorios, comprobamos que Tui es, sobre todo, su catedral; y Valença, su fortaleza. Es decir, un edificio religioso y otro militar. El puente, en cambio, representa el sentido común y el civismo. El sentido común aconseja favorecer el tránsito de las personas de un lado a otro para que se relacionen, conozcan, comercien y, llegado el caso, se quieran. El civismo, la ciudadanía respetuosa, se manifiesta en la concordia entre los pueblos vecinos. No hay controles policiales y ningún guardia nos pide la documentación. 


Pasear por el puente entre España y Portugal es un deporte popular en la zona. Nadie siente que sale de su país, ni siquiera de su pueblo. Pero a todos nos queda el regusto de la frontera, la fascinación por lo otro, el atractivo de la diversidad. La diferencia de hora contribuye a magnificar la sensación de extranjería. La mayoría de los caminantes nos regimos, sin embargo, por el tiempo oficial de nuestro reloj; luego restamos o sumamos la hora de diferencia y ya está. Otra opción es dejarse el reloj en casa como cosa innecesaria cuando se cruza la frontera por ocio y diversión. El paseo merece la pena, pues la raya imaginaria coincide con el trazo azul de un río que fertiliza y aúna el país real.


Comentarios