La manada



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Llamarse a sí mismos la Manada lo dice todo. Manada, según el diccionario, significa que son animales, que son de la misma especie y que andan reunidos; por ejemplo, para cazar sus presas. 

Cazar en manada les otorga superioridad sobre sus víctimas: para eso precisamente se juntan en manada. Todos hemos visto, en los documentales de La 2, al viejo ñu rodeado por los leones hambrientos en la sabana de Ngorongoro, que lanza coces y embiste a sus agresores antes de que estos le desgarren la yugular y luego lo descuarticen para repartirse el botín. De pequeño, escenas como la anterior o la del típico cervatillo despistado al que rodean los lobos en las sierras ibéricas me llenaban de angustia. La última mirada del animal agonizante me miraba a mí, que ya no podía quitármela de encima durante toda la noche. 


Hay, sin embargo, manadas de animales salvajes que no cazan para alimentarse a sí mismos durante las penurias de la estación seca; no cazan para llevar un bocado a los lobeznos que esperan en el cubil mientras la voz en off de Félix Rodríguez de la Fuente nos conmueve con su retórica florida. Ni siquiera necesitan recurrir a la violencia. Persiguen no más a sus presas, las rodean en un lugar oscuro y estas, a diferencia del ñu viejo o del cervatillo despistado, se someten mansamente, se dejan hacer, sumisas a sus captores. Como no se defienden a coces, a dentelladas, a arañazos; como no vemos su mirada de criaturas débiles que sucumben ante la fuerza superior de la manada,  juzgan algunos sabios naturalistas que consienten su sacrificio y simulan su agonía.



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