País, paisaje e identidad






Si Giner de los Ríos, pionero del excursionismo didáctico, volviera a la sierra de Guadarrama, no vería los paisajes que vio en su tiempo y cabe conjeturar, por tanto, que sus teorías acerca del paisaje no serían las mismas que publicó en La Ilustración Artística de Barcelona allá por 1885.

Para empezar, quizá se mostrara más comedido en sus valoraciones sobre la belleza masculina o femenina de los territorios. Según Francisco Giner de los Ríos (y también Miguel de Unamuno), el paisaje de Guadarrama y Castilla toda es varonil por su austeridad, falta de adornos superfluos, y porque arrastra una historia oficial de guerras y dominio. Las Rías Bajas de Galicia se nos presentan, en cambio, como contrapunto femenino: blandura, redondeces de formas, humedades recónditas, sosiego. La épica frente a la lírica, el toro frente a la vaca: una exaltación de las diferencias que entusiasma tanto a los herederos del 98 como a los de Castelao. Lo peor del caso es que los paisajes masculinos, o sea, "castellanos", se perciben como más representativos de una supuesta identidad nacional española.





El actual paisaje de Guadarrama nos da una lección distinta. La sobriedad varonil que Giner de los Ríos contemplaba en las alturas de sus montes se ha transformado, desde mediados del siglo XX, en un reducto agónico de naturaleza agreste, al que poco le queda para sucumbir al asedio de un desarrollismo urbanístico brutal. Los centros comerciales, jardines, piscinas y pistas de tenis trepan por las laderas de la sierra hasta donde los riscos se lo permiten, convirtiendo el Guadarrama de nuestros días en un congestionado parque de ocio. No se divisa el “alma” de la Castilla eterna por ningún lado. Así que una de dos: o el paisaje no representa el “alma de la Nación” o el  “alma de la Nación” cambia porque cambian las estructuras económicas y sociales.

En cuanto a las comparaciones entre territorios, ignoramos si Giner de los Ríos pasó alguna galerna en los acantilados de cabo Silleiro, se internó en los bosques pantanosos de las gándaras o anduvo por los brezales de la sierra de la Groba: si fuera así, quizá no le pareciesen tan dulces los paisajes de las Rías Bajas. Tampoco hay razones para identificar el paisaje de Castilla con fantasmas de reyes, guerreros o místicos. El turista moderno va a allí a comer bien, beber buen vino  y disfrutar de las bellezas (masculinas o femeninas, según los gustos) del campo y de la sierra. Y hallará en Castilla, digan lo que quieran los tópicos, verdor, bosques y cuestas. Aquí vale decir que el nacionalismo se cura viajando más que leyendo...; sobre todo, si las lecturas son elucubraciones acerca del alma eterna del terruño.





Comentarios