Viajes por el mapamundi: Al Qatrum




Los romanos y otros pueblos situaban el fin de la Tierra en cabos tormentosos, que eran atalayas del horror y del vacío que se precipitaban sobre mares incógnitos vedados a la navegación. De Al Qatrum, en el desierto de Libia, conjeturamos espantos similares, pero sin agua.

A Al Qatrum se accede por una única carretera que atraviesa el desierto de norte a sur. Al norte están Umm Al Aranib y Zawila. La ruta continúa por el sur hacia la meseta de Djado, en Agadez. Por ser un lugar de última frontera, Al Qatrum tiene estación de gas y delegación consular de Níger.


Al Qatrum pertenece al distrito de Murzuk, en la región de Fezán. Está a 472 metros de altitud. Los antiguos pobladores de estos yermos fueron los garamantes, pueblo que echaba tierra encima de la sal y así sembraba. Gustave Flaubert, sin embargo, los tachó de caníbales en la novela Salambó. Cervantes los alistó bajo las bandera del rey Pentapolín en la batalla que don Quijote sostuvo contra los ejércitos paganos que un mago encantador convirtió en rebaños de ovejas. Respecto a las costumbres bélicas de los garamantes, dice Heródoto en el libro IV de su Historia que, montados en cuadrigas, cazaban trogloditas etíopes.


No es descabellado ubicar la ciudad de los trogloditas en los montes Bin Ghunaymah. La aspereza del terreno, el reino de las rocas y el aislamiento conforman un hábitat idóneo para las naciones rupestres. Algunos exploradores occidentales se han unido a las caravanas que recorren los montes Bin Ghunaymah, aun a costa de exponerse a graves riesgos. A una viajera italiana la dejó preñada un camellero que, sin molestarse en descabalgar, la forzó en la joroba de su bestia. Un antropólogo danés desveló la existencia de una raza de mujeres tatuadas que gritan salvajemente mientras se entregan a los placeres del sexo; el sabio, carcomido por una enfermedad venérea, apenas sobrevivió a la publicación de su cuaderno de campo.


Si algún día se explotaran los recursos minerales de los montes Bin Ghunaymah y se instalaran  campamentos de trabajadores procedentes de las comarcas civilizadas del planeta, los capataces de las corporaciones deberán extremar la vigilancia en lo relativo a la la convivencia de nativos y  extranjeros. Pues la promiscuidad en el trato generaría una especie embrutecida de hombres y mujeres que prescindirán de la facultad del lenguaje y se comunicarán mediante chillidos, como los murciélagos. Sus días serán una rutina interminable de desidia abyecta y vil.



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