Adoctrinamiento en las aulas




Yo, señores neofascistas y neoliberales, me acuso de practicar el adoctrinamiento en las aulas. Considero que a cualquier profesor de Lengua debería repugnarle el nacionalismo obligatorio. Sirva como ejemplo ese empeño de llamar “Siglo de Oro”, mayúsculas incluidas, a un período ciertamente esplendoroso de la literatura castellana, pero que es también un tiempo oscuro de bancarrotas, índices de libros prohibidos, integrismo religioso, represión intelectual y decadencia de las literaturas españolas que se expresan en lenguas distintas de la castellana. ¿No será el de la Edad Dorada uno de esos mitos fundacionales a los que recurren todos los nacionalismos radicales y excluyentes para justificar su idea de Nación? Asimismo me parece inadmisible llamar “comedia nacional” a las comedias de capa y espada del siglo XVII: que defiendan la honra de los maridos cornudos, el trono y la religión no las hace ni más ni menos nacionales que cualquier otra manifestación de la literatura española. En nuestras clases, las cantigas de Martín Codax o las poesías de Ramón Llull son tan españolas o no españolas como los romances castellanos. Y jamás se dirá de Bartolomé de las Casas que fue un artífice de la Leyenda Negra antiespañola: quienes durante siglos han negado la condición de españoles a la mitad de España se bastan y se sobran para presentarnos ante el mundo como como una áspera nación de cabreros. 

Todo profesor de Lengua debe explicar en sus clases el interculturalismo que supuso el mestizaje de mozárabes, mudéjares o conversos; leer a poetas homosexuales; devolver la palabra a las escritoras olvidadas; remover la memoria histórica. Y aquí no valen medias tintas posmodernas, disfrazadas de competencias, ni idealismos mitificadores de una supuesta cultura nacional. Si esto es sectarismo ideológico, lo dicho, yo me acuso de adoctrinamiento en las aulas.



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