Todos los caminos llevan a Roma, 3





Cuando volvió de Roma, el viajero ya no quería ir a ninguna parte, convencido de que en ningún sitio vería la luz como en la claraboya del Panteón ni se emocionaría ante esculturas tan sublimes como el rapto de Proserpina o el gran Marco Aurelio montado en su caballo. Así que, en adelante, se limitó a pasear por las orillas del río de su pueblo. Sentado a la sombra de un aliso, pasaba las horas absorto mirando el curso del agua y nunca se cansaba de contemplar el mismo paisaje.

 

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