Todos los caminos llevan a Roma, 4






Cuando volvió de Roma, el viajero, que sin duda era un individuo instruido, recordó con melancolía el latín que había aprendido en la escuela y se propuso refrescar sus conocimientos. Lo malo era que había olvidado los conceptos fundamentales de la gramática y la cabeza ya no le daba de sí para estudiar las declinaciones o las tablas de la conjugación; menos aún, si se trataba de los verbos deponentes. Para curarse de esta melancolía, el viajero se pasaba las horas leyendo a Virgilio, aunque fuera traducido a la lengua vulgar, y contemplando una imagen de la Venus Esquilina que había traído de Roma y puesto en su mesa de estudio. Pero los versos y la diosa no hacían más que empeorar las cosas y la nostalgia continuaba.


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