Cuaderno de Chipre, 4





(Grecochipriotas / Turcochipriotas, 1) Quizá tenga razón Sánchez Ferlosio en que “babilonios somos” y deberíamos dejarnos por imposibles los unos a los otros, “como buenos hermanos”, desechando el inútil empeño de convivir griegos con turcos o, por poner un ejemplo más cercano, catalanes con castellanos. Las amadísimas y maternales lenguas que separan a unos pueblos de otros no son una maldición de Dios, pero sí escopetas que carga el Diablo. Y si no, que se lo digan a los inmigrantes pobres que deben pasar un examen del idioma del país de acogida para obtener el permiso de residencia o a los ciudadanos de Nicosia que viven separados por un muro. Que los muros culturales sean con harta frecuencia económicos no libra de culpa a los nacionalismos lingüísticos por su contribución a poner fronteras.


(Grecochipriotas / Turcochipriotas, 2) La invasión de varios miles de soldados turcos, las religiones distintas y las lenguas diversas hacen imposible la convivencia de grecochipriotas y turcochipriotas (?). Menos mal que unos y otros tienen el inglés para entenderse; y padecen juntos (pero no revueltos) la invasión de varios miles de soldados británicos que, a pesar de sus creencias extrañas, son unos invasores muy civilizados y amistosos (!).


(Grecochipriotas / Turcochipriotas, 3) Al café turco, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, se le llama griego en la parte griega de Nicosia. Tanto los chipriotas turcos como los griegos lo hierven en un pote de cobre y se sirve en tazas pequeñas sin asas, con un vaso de agua y una delicia turca, que en el Chipre de habla griega es una delicia chipriota.
Al caer la tarde, en las terrazas de uno y otro lado del muro, hombres y mujeres apacibles, parsimoniosos, que aman la brisa tibia, la charla cordial y el discurrir sosegado del tiempo toman el mismo café con diferentes nombres. Nada perturba su paz: ni el repique de las campanas ni las plegarias del muecín que llaman a la devoción de los piadosos.




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