Derecho a decidir





Digan lo que quieran, la Real Academia Española no recoge en su permanentemente actualizado diccionario el derecho a decidir. Si consultamos la entrada correspondiente a la palabra derecho, comprobaremos que en la lista de frases hechas figura una serie de arcaísmos que ya nadie usa, como derecho del trabajo, derecho de asilo o derechos humanos; e incluso expresiones que nos retrotraen a los siglos más oscuros del machismo, como derecho de pernada. Pero ni una palabra del derecho a decidir.

En el Instituto de K, sin embargo, se tomaban muy en serio la libertad de elección de las familias. Estas recibían información puntual de las actividades complementarias propuestas por los departamentos didácticos, de modo que los papás podían elegir si sus hijos participaban en ellas o no. La escuela, que a fin de cuentas es el Estado represor, no se entrometía en la libertad individual de las personas, permitiendo que cada cual educara a sus hijos de acuerdo con sus propios valores morales.


Cuando el Departamento de Música organizó un ciclo de Canto Gregoriano, hubo dos familias que se acogieron al derecho de veto parental: una de ellas, porque en su interpretación del Islam la música incitaba al pecado; otra, de fervorosos ateos, porque se negaron a que sus hijos entonaran el Kyrie eleison y otros himnos reaccionarios de la Iglesia Católica.


Unos amigos de la Protectora de Animales se opusieron a las prácticas de disección que realizaba el Departamento de Biología. Cada alumno debía llevar una sardina al laboratorio, abrirla en canal y examinar sus órganos. En el chat de la Asociación de Madres y Padres de Alumnos se  acusó a las profesoras de especismo y se vertieron palabras gruesas para desacreditarlas.


La visita a una exposición de pintura vanguardista acabó también en escándalo. En uno de los cuadros aparecía una señora desnuda con neumáticos Michelin en el vientre y tetrabricks de leche desnatada en el lugar de los pechos. Una madre lo consideró "una cosificación indecorosa del cuerpo de la mujer". Solicitó una entrevista con la jefa del Departamento de Artes. Como esta se escudó en el carácter transgresor de la obra artística, la denunció a la inspección educativa.


Al Departamento de Literatura no se le ocurrió otra cosa que contratar a una compañía de cómicos para que representara una adaptación de La Celestina. Una familia del Opus puso el grito en el cielo: Calisto le metía mano a Melibea y Melibea gozaba con los tocamientos de Calisto. Para colmo, la joven amante se suicidaba en la escena final tirándose de una torre. La escuela fue amonestada por difusión de pornografía y apología del suicidio.


El Taller de Robótica que impulsaron los departamentos de Tecnología y Física no gustó a todo el mundo: algunos padres rechazaron que sus hijos malgastaran el tiempo diseñando androides que algún día dominarían a la Humanidad; defendían, en cambio, la meditación trascendental, el zen, el ying, el yang y los rollitos de primavera.


La peor parte se la llevó, en fin, el Departamento de Historia. A las jornadas sobre Las invasiones germánicas en la Península Ibérica (s. V) solo asistió un tercio de los alumnos. Los demás se acogieron a la objeción de conciencia por diversos motivos:



  • un concejal de Vox denunció adoctrinamiento porque la actividad se titulaba Las invasiones germánicas en la Península Ibérica y no Las invasiones germánicas en España
  • un padre progresista, porque se hablaba de invasiones, en vez de encuentro de pueblos
  • una madre antifascista, porque el adjetivo germánicas le recordaba a los nazis
  • una pareja natural de las Islas Canarias, porque se invisibilizaba a las Islas Canarias
  • un colectivo marroquí, porque el uso de los números romanos (s. V) suponía un menosprecio de los árabes

Ante la imposibilidad de conciliar tan diferentes diversidades, el Instituto de K acordó que las actividades complementarias fueran de pago. Mediante este sistema, cada familia pagaba por el servicio que deseaba recibir, la escuela no imponía su criterio a nadie, y los proveedores de actividades competían entre sí para ganar clientes, lo que repercutía en la mejora de la calidad de la enseñanza. La convivencia mejoró a partir de entonces, pues las empresas eran las primeras interesadas en contentar a la mayoría. Valga un ejemplo: el Entrepreneurship Workshop (para los castellanos viejos: Taller de Emprendimiento), impartido íntegramente en inglés, consiguió un índice de asistencia del 95 %. Solo faltó un reducido grupo de alumnos fracasados, hijos de familias desestructuradas, para quienes el Instituto dispuso clases de estudio vigilado sin coste adicional.



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