Español a secas




Mientras algunos castellanos se empeñen en que ellos son solo españoles, españoles a secas o españoles-españoles y no entiendan que ser castellano, como ser de cualquier otra nacionalidad española, es condición sine qua non para ser español, habremos avanzado muy poco, creo yo, en la resolución del conflicto nacional. He ahí el ejemplo nefasto que ofrecen los presidentes de ciertos gobiernos regionales quienes, considerando como agravios propios los avances conseguidos por otras comunidades con gobiernos nacionalistas, enarbolan enardecidos la bandera rojigualda y cual los numantinos contra los romanos, don Pelayo contra el moro o Agustina de Aragón contra el francés arremeten contra Cataluña o el País Vasco. ¿No sería más razonable que si el Estado Español privilegia a catalanes y vascos frente a castellano-manchegos o extremeños, según afirman dichos barones, los afrentados dirigieran sus iras contra España y exigieran al gobierno del Estado el mismo trato que otorga a los pueblos con ínfulas de independencia? Si por su falta de autonomía política o debilidad demográfica y económica, el Estado les toma por el pito del sereno, que protesten como castellanos contra España, no como españoles contra Cataluña. 

Este sentimiento de españolidad excluyente se manifiesta también en el idioma. Me refiero a mis paisanos castellanos que están convencidos de que ellos hablan español-español, español a secas o español puro, y no una variedad regional de la lengua, tan apartada de la norma culta en algunos aspectos como las de México, el Caribe, los Andes o el Plata. Sin salir de España, muchas de las voces recogidas por Manual Alvar Ezquerra en su Diccionario de madrileñismos (2011) son tan peculiares, pintorescas y locales como, por ejemplo, los andalucismos que sazonan el castellano hablado en las Alpujarras. Ser de Castilla no presupone hablar el castellano mejor que los naturales de otros pueblos con quienes compartimos el idioma. Lo que sí favorece el buen uso del castellano es estudiarlo, leerlo y escribirlo; y procurar que no se nos muera la lengua viva, como enseñaba el maestro Juan de Mairena. Así pues, tengamos claro todos los castellanos que el hablar bien no lo da la tierra, sino la cultura.



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