Bicentenarios: Galdós





En el 2020, año de Galdós, una lectora se propuso leer los Episodios Nacionales completos, de cabo a rabo, empezando por Trafalgar y acabando por Cánovas. Si todo iba bien, estimaba que habría terminado los 46 volúmenes a mediados de año, coincidiendo con las vacaciones veraniegas. Entonces se metería con El doctor Centeno, Fortunata y Jacinta y demás novelas contemporáneas. En otoño pensaba hincarle el diente a la narrativa del ciclo espiritualista.

Además de leer las obras completas de Galdós, la lectora se había propuesto caminar al menos tres kilómetros al día, a trote cochinero, como forma de prevenir los riesgos del sedentarismo. El problema era que si dedicaba sus ratos libres a la lectura, no podía dedicarlos al paseo. Por culpa de las horas pasadas delante de los gordísimos novelones decimonónicos, engordaba ella, el colesterol se le ponía por las nubes, le dolía la espalda y perdía visión. Corría en última instancia el peligro de que le sucediera lo mismo que a don Quijote, es decir, que enloqueciera por culpa de los libros, pues ya se había dado el caso de que confundiera a uno de sus sobrinos con Gabriel Araceli. 


No había llegado a la batalla de Bailén cuando, por el bien de su salud, interrumpió el plan de asalto a los Episodios Nacionales


Una revista hojeada en la peluquería, le puso al tanto de otro bicentenario que planeaba sobre el calendario de conmemoraciones nacionales: en 1821 la bandera del Imperio Español se había arriado en la Florida, desde entonces parte de los Estados Unidos. Con el aniversario del Tratado de Adams-Onís por señuelo, se propuso viajar a Miami al año siguiente, en un paquete turístico que incluía excursiones a Disney World y los Everglades. Los preparativos materiales no se demoraron y, soñando con las playas de Palm Beach, se apuntó a clases de zumba fitness, lo que repercutió positivamente en su salud y, no digamos ya, en su cintura de avispa. 


Sus inquietudes lectoras permanecían vivas, pese a todo. Como en 2021 el mundo entero recordaría el bicentenario de la muerte del escritor ruso Fiódor Dostoyevski, no descartaba leer para entonces Crimen y castigo.


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