Un hombre de ideas avanzadas e integrísimo enseñante




Al profesor K le precedía la fama de duro. En materia de exigencia y severidad no había quien lo igualara. Era, no obstante, un trabajador honesto que nunca faltaba a clase, nunca dejaba un tema sin explicar ni una pregunta sin responder.

Los pocos alumnos que conseguían aprobar su asignatura se podían considerar preparados para aprobar en la universidad.


Los padres cuyos hijos terminaban con éxito el curso se ufanaban de que estos hubieran sido capaces de superar el formidable obstáculo que eran las clases del profesor K. Al recordarlas años después, ya con el título de bachillerato en la mano, los jóvenes se reían de sus congojas de estudiantes y evocaban anécdotas escolares que magnificaban la leyenda del maestro sin piedad. En cuanto a los numerosos alumnos que fracasaban, porque eran incapaces de alcanzar el nivel exigido, se resignaban a la evidencia de ser unos asnos para quienes no estaban hechas las mieles de la ciencia.


Los padres progres estimaban al profesor K por la solidez de sus conocimientos y su implicación en la enseñanza; los conservadores, por su estricto sentido de la disciplina, tanto académica como formal. Los alumnos, por su parte, sabían a qué atenerse en todo momento. Las bromas y gamberradas las guardaban para otros profesores: los que perdían el tiempo con debates, trabajos colaborativos y demás blandenguerías que nadie se tomaba en serio.


El profesor K tomaba el café solo. Leía el periódico. En las tertulias de la sala de profesores defendía la prohibición de los plásticos, la independencia de Cataluña y Escocia, el lenguaje no sexista e incluso la escuela pública. Era, en resolución, un hombre de ideas avanzadas e integrísimo enseñante.



Comentarios