Cuaderno de los Países Bajos





(Taberna pintoresca en un puerto de mar) Aquí tomaban sus cervezas los rudos balleneros que faenaban en el mar de Groenlandia. Aquí, arrimados al calor de la estufa, se emborrachaban los negreros que acarreaban esclavos del Golfo de Guinea a las Antillas.





(Costumbrismo) Los hechos que narra Pedro Antonio de Alarcón en El sombrero de tres picos podrían haber sucedido en los molinos de Zaanse Schans. La bella molinera sería una mujerona rubia y robusta como las que se crían en el país de Holanda; al corregidor enamorado de ella nos lo imaginamos pedaleando en bicicleta por los senderos de la campiña ganada al mar; no faltan, desde luego, canales en Holanda, como la acequia o alberca ─no recuerdo bien─ en la que se cae el corregidor del cuento, lo que origina una serie de enredos desternillantes que están en un tris de acabar con un intercambio de parejas.
Es lo mismo que el relato se ambiente en los molinos de Andalucía o de Holanda. Aunque El sombrero de tres picos sea un tinglado cómico, el trasfondo de deseos prohibidos, celos, pasiones, honras y deshonras que tiene como protagonista a una mujer trasciende de lo meramente pintoresco y nacional. Costumbrista es, en todo caso, que los personajes consuman aceite, jamón y vino, y otros detalles por el estilo que dan color local a una historia que podría haber ocurrido en cualquier molino del mundo.






(Biblioteca) Que una ciudad dedique uno de sus mejores edificios modernos a una biblioteca dice mucho y bien de ella. Que los lectores acudan en bici a la biblioteca, aunque haga un frío que pela, es algo notable. Que las salas de lectura tengan vistas a los canales resulta magnífico. Que alguien lea el principio de El corazón de las tinieblas mientras contempla las maniobras de desatraque de una gabarra en el Oosterdok es una posibilidad que tal vez debamos tener en cuenta.






(Jordaan) Se quejaba un viajero de que había visto las calles de Jordaan de noche y con lluvia. En invierno, ya se sabe, las horas de luz son escasas en el Norte. Después de callejear extraviado por las Negen Straaties, este viajero volvió a su hotel soñando con un café caliente. No compró ninguna antigüedad, pero se llevó un recuerdo inolvidable del barrio de Jordaan.






(Mujeres en el páramo) El cuadro se titula Dos mujeres en el páramo. Es de pequeño formato y está en una esquina de la primera planta del Museo Van Gogh, donde se exhiben las pinturas de motivos campesinos holandeses; entre ellas, la más famosa de todas, Los comedores de patatas. Por eso casi pasa desapercibido. Todo es sombrío en este cuadro: las mujeres con el cuerpo doblado hacia la tierra, el cielo borrascoso y el páramo, en el que no se ven árboles ni casas. Parece que las labradoras están recogiendo patatas. Cuando hayan terminado la labor, llevarán la cosecha en la carretilla que está a su izquierda, hundiéndose en el barro, agotadas y arrecidas de frío. Pobres mujeres, porque los trabajos que las esperan en casa no son menos recios ni el frío menos helador. Más tarde la familia se reunirá a la luz de un candil para comer las patatas; entonces sí, todos nos fijamos en esa pobre gente y nos conmueve su miseria.


(Estirpes) Lo que más me emocionó del Museo Van Gogh, con el permiso de los comedores de patatas, el campo de trigo con cuervos, los girasoles y la calavera con un cigarrillo encendido, fue ver un grupo escolar integrado por una docena de estudiantes de Primaria y sus dos maestros. Ninguno de los niños se ajustaba al perfil del holandés típico, rubio y de tez blanca. Algunas niñas llevaban el velo de las musulmanas piadosas. Sin embargo, todos atendían con más o menos entusiasmo a las explicaciones que les daba la maestra en neerlandés. La maestra era una tataranieta  de esas campesinas rudas que Van Gogh retrató en las pinturas negras de su primera etapa. Las tataranietas de las campesinas que se deslomaban en el páramo tienen estudios universitarios y van en bicicleta a sus lugares de trabajo. El maestro vigilaba al grupo para que no se dispersara. Amonestaba a los inquietos, haciéndoles ver algún detalle insignificante de los cuadros. ¿Qué era el brebaje oscuro que una mujer servía en la mesa de los comedores de patatas? Una chica de rasgos caribeños no se lo piensa dos veces: “¡Coca Cola!”, exclama; y todos ríen la ocurrencia.






(Ciudad de las bicicletas) Tanto defender a los ciclistas de los conductores, al pez chico para que no se lo coma el pez grande, y he aquí a los idílicos urbanitas verdes convertidos en tiburones sobre dos ruedas. Las autoridades de la aclamada ciudad de las bicicletas limitaron los coches, pero no las prisas; solucionaron acertadamente los problemas de movilidad, pero sacrificaron a los paseantes ociosos, a lo vagos que callejean sin ton ni son, humildes peatones que no tienen prisa por llegar a ninguna parte. ¿Será posible que la cultura de la bicicleta haya sucumbido también al capital?


(Imperio) ¿Y si los bárbaros que amenazaban este país opulento fueran mis antepasados? Tal vez algún miembro de mi linaje plebeyo militara en los Tercios que durante ochenta años hicieron la guerra a esta nación de campesinos laboriosos y burgueses emprendedores. Podría ser uno de aquellos valientes que en Empel cruzaron el río Mosa congelado. O uno de los infantes que al mando de Sancho Dávila, el Rayo de la Guerra, saquearon Amberes y sembraron sus calles de muertos. Los míos llevaron el dolor a pueblos apacibles que parecían salidos de las pinturas de Jacob van Ruisdael. ¿Y yo, trecientos años después, paseando tranquilamente por la orilla del Herengracht?






(Barrio Rojo) Las mujeres que se exhiben como mercancías en los escaparates del Barrio Rojo de Ámsterdam disfrutan, sin duda, de mejores condiciones laborales que sus compañeras de oficio apostadas en las calles de inhóspitos polígonos industriales donde las acecha toda clase de peligros, pasan frío o calor, y bandas criminales las explotan. ¿Por qué escandalizarnos entonces? Si tienen su puesto de trabajo en un local acogedor, seguridad social y medidas de protección, ¿por qué compadecerlas? ¿Por qué nos resulta tan obscena esta apoteosis del puterío liberal? A ver si ahora resulta que lo que nos escandaliza es el libre mercado.


(Museo de la Resistencia) Aunque la participación de los comunistas fue clave en la Huelga General de febrero de 1941 y cerca de 2.000 militantes comunistas fueron asesinados por la Gestapo y los colaboracionistas neerlandeses, las derechas del Parlamento Europeo, incluida la de los Países Bajos, se empeñan en meter en el mismo saco a los nazis y a los comunistas. Se trata de la desvergonzadamente llamada Resolución sobre la importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa [2019/2819 (RSP)]. Está visto que el lugar de la Resistencia en Europa no son los museos.






(Casa de Ana Frank) Los cambios de la adolescencia la sorprendieron encerrada en el escondite donde se ocultó con su familia durante la ocupación nazi. En una pared están las marcas que indican los centímetros que Ana creció durante los casi dos años que duró el encierro. Cuando le tocaba su turno en el cuarto de baño, se teñía los pelillos del bigote con agua oxigenada. En la escuela había estado enamorada de un compañero llamado Peter Schiff, pero el único Peter que había en el escondite era Peter van Pels y con él se dio el primer beso. Discutía con su madre como casi todas las adolescentes. Llevaba un diario en el que apuntaba estas y otras muchas intimidades. Hoy la casa es un museo. Se hacen largas colas para entrar. Se guarda un silencio respetuoso. Como en tiempos de Ana Frank, las ventanas de la Casa de Atrás están tapadas para que los nazis, que vuelven a triunfar en toda Europa, no nos descubran.



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