Pandemia, 1-4




(Pandemia, 1) ¿Por qué del sustantivo confín derivamos el verbo confinar y no hay, en cambio, un verbo *sinfinar derivado de sinfín? Bueno, ¿y para qué nos serviría tal engendro? Estoy consultando el lematizor automático del Grupo de Estructura de Datos y Lingüística Computacional, que es, para entendernos, un analizador morfológico en línea. Su utilidad consiste en que introducimos un término: por ejemplo, fin; y la herramienta nos busca todas las palabras relacionadas que se forman añadiendo al lexema sufijos y prefijos. Así, aprendemos que hay un verbo finar, que significa "morir"; y un verbo finir, desusado en la lengua general aunque vigente en Colombia, que significa "finalizar": acabar sin más, no necesariamente quedándose en los huesos. Nos sorprende asimismo un inaudito difinecer, que equivale a "definir". Sinfín, aparte de una sierra mecánica en Cuba, es una infinidad de cosas o personas, como en la frase "un sinfín de oportunidades". Mientras preparo las clases telemáticas, se me ocurre que *sinfinar sería un buen antónimo de la segunda acepción de confinar, la que denota “recluir a alguien dentro de unos límites”. Para eso, sin embargo, tenemos ya la palabra desconfinar, que no figura en el diccionario por motivos morfológicos, pero que cuenta con el visto bueno de la Fundéu. Aquí todos teletrabajamos a conciencia.


(Pandemia, 2)
Mensaje de un alumno de primero de Secundaria en el aula virtual: Profe perdona que no hiziese los deberes de lengua pero esque se me estropeo el ordenador. Haora me pongo con los ejercicios que me faltavan, espero que esten bien un saludo.


(Pandemia, 3)
En la casa hay un balcón con vistas a un descampado. Nunca hasta ahora me había sentado allí a leer, entre otros motivos porque me daba vergüenza que me viera todo el mundo desde la calle. Ahora que no pasa nadie por la calle, excepto algún vecino que sale a pasear con el perro y las patrullas de la policía, me agrada estar en el balcón con un buen libro entre las manos. Releo Crimen y castigo de Dostoievski y alterno las desventuras de Raskólnikov con las prosas de Juan de la Cruz, que admiro aunque no siempre entienda. En otros balcones han colgado banderas y los niños han pintado arcoiris. Hay vecinos que no conocía de la calle, pero con quienes coincido todos los día en los balcones desde que se declaró el Estado de Alarma: toman el aperitivo, riegan las plantas, estiran los músculos. Las terrazas, que antes solo se utilizaban para tender la ropa o almacenar trastos, se han acondicionado para resistir el confinamiento. Asomados a los balcones, todos contemplamos las calles desiertas con los mismos sentimientos de incredulidad, y hay miedo y compasión en nuestras miradas.


(Pandemia, 4)
No seré yo quien acuse de irresponsables a los estudiantes que abandonaron las aulas en estampida, como si hubiera sonado la alarma que avisa de un inminente bombardeo aéreo, dejando las mochilas con la ropa de deporte sucia colgadas en los respaldos de las sillas, los abrigos en las perchas, los paraguas en los paragüeros, los libros y cuadernos tirados por el suelo, los ordenadores conectados. Yo, como ellos, pensaba que la emergencia sería cosa de un par de semanas. Yo, como los adolescentes, pensaba que esto no podía pasarnos a nosotros.



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