Pandemia, 16-17





(Pandemia, 16) Si han disminuido drásticamente los accidentes de tráfico; se ha limpiado la atmósfera; los ladrones callejeros no tienen a quien robar; los terroristas, vacíos los paseos de las ciudades y ocupados los telediarios en otros asuntos, no tienen a quien matar; no escasean el papel higiénico, las patatas fritas ni la cerveza; aplaudimos unánimemente a los sanitarios y los policías; los militares desinfectan las residencias de mayores; se levantan hospitales de campaña en un santiamén; vemos series de Netflix; practicamos toda clase de deportes sin salir de casa, menos los saltos de esquí y el esquí acuático, que de todos modos no los practicábamos con antelación; cantamos que resistiremos; releemos libros que no habíamos leído desde el bachillerato; los niños pintan arcoiris con el mensaje de que todo saldrá bien... entonces, a mí que me lo expliquen, quién ha visto las orejas al lobo, quién los virus pequeñitos, quién irse tan solos a los agonizantes.

(Pandemia, 17) Me pregunto, ¿a quién aplauden las niñas y los niños todas las tardes, a las ocho, desde las ventanas de sus casas? Desde las ventanas donde los arcoiris anuncian que todo saldrá bien. Yo diría que al espectáculo de luz y sonido que ofrecen los vehículos de emergencias cuando desfilan por las calles vacías para levantar el ánimo de la población confinada. Quién, de pequeño, no ha querido ser bombero o policía de Nueva York. Dudo, en cualquier caso, que los niños aplaudan a la Sanidad Pública. Solo a unos niños concienciados, adoctrinados por el sistema e insoportablemente redichos, se les ocurriría lanzar vivas a la Seguridad Social en vez de a las sirenas de las ambulancias.
Y sigo preguntándome, ¿a quién aplaudimos los adultos todas las tardes, a las ocho, desde las ventanas de nuestras casas?





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