Volver a Peñalara

 


Últimamente me ha dado la manía, cada vez que empiezan las vacaciones de verano, de subir a Peñalara, cima de los Montes Carpetanos. Solo o acompañado, el punto de partida es siempre La Granja, en la vertiente norte del macizo. Esta vía tiene la ventaja de ser más solitaria y boscosa. No es raro hacer toda la travesía sin toparse con más de dos o tres grupos de excursionistas, si bien a partir de la Laguna de los Pájaros, donde convergen los montañeros que vienen del Puerto de los Neveros con los que han partido de Cotos, el panorama cambia y la cresta adquiere la animación de algunos picos pirenaicos y alpinos en los que el tráfico de cordadas exige pedir la vez para pisar cumbre. He aquí el único parecido que se me ocurre entre la humilde Peñalara y el Mont Blanc o el mismísimo Chomolungma. Madre del Universo para los tibetanos.


El ascenso desde el lado segoviano es más duro, pues salva un desnivel de cerca de 1.200 metros. Compensa, no obstante, la abundancia de agua, y la sombra y la frescura de los pinares de Valsaín, que son una bendición para el caminante cuando arrecia el calor en julio. Solo en los últimos repechos del Puerto de los Neveros los árboles menguan en porte y densidad, llegando a desaparecer por completo en lo alto de la cuerda, donde se yergue el Risco Claveles. Este es el único paso delicado de la escalada, un caos de peñas que se ha cobrado numerosas vidas de amantes de la montaña.


Que la excursión a Peñalara se haya convertido en una costumbre no quiere decir que siempre sea igual. Hay años en los que los neveros se mantienen durante casi todo el verano y años en los que se marchitan los pastizales de altura, y se secan arroyos y lagunajos. Este escenario de sequía es, por desgracia, el más frecuente en los últimos tiempos. Al margen de las transformaciones del paisaje, ciertas rutinas se mantienen inalterables: una parada en la fuente del Raso del Pino, fotografiar los rebaños de cabras monteses, observar con los prismáticos la torre de la catedral de Segovia y al cabo, celebrar el éxito de la expedición tomando una jarra de cerveza en La Granja.


Peñalara es, a decir de los geólogos, el resultado de la colisión entre las placas correspondientes a la submeseta sur y la norte hace unos 65 millones de años. Alcanza una altura de 2.428 metros, que no son números de alta montaña. Solo en invierno, cuando hay invierno —el invierno es una especie en peligro de extinción—, requiere equiparse con crampones y piolet, y extremar el cuidado. Fuera del período de nieves, transitan por sus veredas corredores alpinos cuya ligereza espanta a las propias cabras junto a domingueros sin ninguna preparación ni equipo adecuado. A nada que se madrugue, cualquiera puede hacer cima por la mañana y estar de vuelta a casa a la hora de comer, incluso si se sale de Madrid. La comodidad de los accesos, las prisas que impone el modo de vida y el afán deportivo están acabando con el montañismo clásico. Me refiero a cosas como buscar un lugar sombreado cerca de un arroyo donde sentarse a almorzar; partir el pan con navaja; tumbarse a echar la siesta en un prado...


En fin, vendrán otras vacaciones de verano. Pasará, tal vez, la pandemia. La vieja mole granítica del Terciario seguirá ahí recibiendo a sus miles de admiradores. Nosotros repetiremos senderos, fuentes y lagunas, pero nada será igual en el ascenso a la montaña.

 

 

Comentarios