Irresponsables

 


Hay que ver con qué facilidad nos han convencido de que somos un hatajo de irresponsables a quienes no queda más remedio que someter a confinamiento para que nos estemos quietos en casa y evitemos los contagios. Los confinamientos domiciliarios son la panacea, el remedio para cualquier mal. Si los hubiéramos descubierto antes,  se habría reducido la contaminación, daríamos un respiro al clima y las funerarias no se saturarían por culpa de los muertos que provoca la mala calidad del aire. Muchas vidas humanas se habrían salvado si se prohibiera la circulación de vehículos particulares durante los fines de semana y todos nos quedáramos en casa viendo la televisión: un sencillo gesto heroico frente a tantas desgarradoras tragedias y gastos ingentes de la Seguridad Social. Los delincuentes y los terroristas tendrían que reinventarse si las calles estuvieran vacías. Los atletas no importunarían a los médicos con sus tendinitis crónicas, de modo que estos podrían dedicarse a los casos realmente graves. Los helicópteros de la Guardia Civil no se malgastarían rescatando a montañeros extraviados, ya que nadie necesitaría ir a la montaña para vivir aventuras: bastaría con ver documentales de la 2. En cuanto a los desesperados que se manifiestan en defensa de sus puestos de trabajo, nada de policías antidisturbios: con multas de 600 euros si infringen el toque de queda, problema solucionado. En fin, incluso la tensión política se aliviaría, pues tanto desde la derecha como desde la izquierda, son numerosos las voces que claman en defensa de los confinamientos domiciliarios. En una singular competición por ser los más duros del lugar, líderes a quienes se les debería caer la cara de vergüenza por no haber movido un dedo en favor de la sanidad pública, se revisten de impostada seriedad  para amonestar al pueblo. Y prohibiciones drásticas, que asociamos a casos de conflictos armados o graves desórdenes, como el toque de queda, se imponen sin apenas resistencia, reclamadas por gobernantes a los que solo les falta gritar enardecidos ¡Vivan las cadenas! Hemos pasado de ser un país ejemplar que acató disciplinadamente el estado de alarma, que cantaba el Resistiré y aplaudía a sus sanitarios, a ser el intratable pueblo de cabreros que hemos sido toda la vida. Solo la extrema derecha, defensora de la selección natural y la libertad de los depredadores, rechaza los confinamientos por motivos sanitarios... pero ya sabemos cuáles son los resultados de la irresponsabilidad de los Ayuso, Trump o Bolsonaro. 


Hace unos años era la misma historia, cuando nos convencieron o nos quisieron convencer  de que los culpables de la crisis económica éramos los irresponsables que pretendíamos vivir por encima de nuestras posibilidades, comprando piso, coche, muebles y viajes de vacaciones como si no hubiera un mañana. Según los expertos en economía, si se hubieran dejado las finanzas a los banqueros, en vez de a los políticos y sindicalistas corruptos que mangoneaban en las cajas de ahorros, todo habría ido bien. Como en Lehman Brothers, por lo menos.


Quienes han permitido por activa o por pasiva el colapso  de los servicios públicos  carecen de autoridad moral para exigir sacrificios a quienes padecemos las consecuencias de sus políticas criminales. Si respetamos las restricciones es porque somos bastante más responsables que ellos, por cuya irresponsabilidad la muerte se ceba en las residencias de mayores, se hunde el sistema de salud y cierran las escuelas. Acataremos las normas, sí, por civismo, por solidaridad, porque nos anima una moral de victoria en la lucha contra la enfermedad; también, ciertamente, por temor al contagio, a las multas y a los controles de policía; pero no por obediencia a los capitalistas  irresponsables que en su empeño de debilitar el Estado y anestesiar a la sociedad civil nos han hecho tan vulnerables al ataque de los virus.


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