Mentiras de la enseñanza no presencial, II

 

 

 Ridículo como don Quijote cuando durmió de aburrimiento a unos cabreros a quienes endosó un discurso sobre la Edad de Oro que ellos ni entendían ni estaban interesados en entender, se ha caricaturizado al profesor que imparte tediosas lecciones magistrales mientras sus alumnos dormitan o ejecutan malévolas maniobras de distracción, justificables como acto de rebeldía contra un sistema educativo inmovilista que apenas ha variado desde el Trivium y Quadrivium a la era de Internet, incapaz de adaptarse a los cambios sociales, anquilosado, vetusto y monótono como las tardes pardas y frías de invierno de nuestros recuerdos infantiles.


Mal que le pese, sin embargo, a esa caterva de maestros huecos, todo irá a mejor gracias a las tecnologías de la información y la comunicación ─avances que, a juicio de los expertos, muchos profesores se niegan a incorporar en sus clases por desconocimiento, desidia o miedo a desacreditarse ante sus alumnos, nativos digitales que los manejan con más soltura que ellos─; y así, un docente que desgrana la lista de los reyes godos, salmodia la tabla de multiplicar o recita las reglas de la ortografía se considera un crack de la renovación pedagógica si lo hace delante de una videocámara y lo retransmite por streaming. ¿Acaso se hubieran dormido los cabreros de don Quijote con semejante despliegue de imagen y sonido?



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