Confinamientos perimetrales

 


 

Ya que no se puede viajar a ningún país extranjero, provincia limítrofe o municipio colindante, he decidido dar un paseo por las afueras de mi pueblo. Queda aplazado para el final de la pandemia el crucero por el Nilo, río arriba, desde Lúxor hasta Asuán, todo incluido; el viaje tantas veces soñado, al que se dedicaron todos los ahorros.


Para entonces, cuando le hayamos torcido el cuello al virus, los vuelos serán baratos. Los hoteles harán descuentos a los convalecientes. Ninguna profecía nos apartará de la tumba del faraón.

 

Por suerte, mientras se prohíban los largos recorridos, en mi pueblo hay un puente romano por donde nunca pasaron los romanos pero por el que paso yo en mis caminatas. Al atardecer, en los campos, saludo a una atleta que se entrena para correr los diez mil metros.  Me cruzo con un faisán. Estoy a punto de pisar un sapo.


El invierno convierte los campos en una ciénaga. A quien se pierda en aquellos andurriales, la niebla lo cobijará en sus guaridas y lo amamantará en sus ubres, y parecerá un vagabundo enfermo de lepra.


Así vamos por los yermos invernales, en medio de una pandemia asesina, esperando la hora del embarque rumbo a Asuán, a la altura de la primera catarata. Sería un fastidio que nunca divisáramos el mausoleo del Aga Khan.
 

 

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