Después de que se hiciera todo lo posible por salvar la campaña de Navidad y las fuerzas del orden público se mostraran impotentes para controlar y desalojar las orgías alcohólicas multitudinarias con que organizaciones criminales secretas festejaron el año nuevo —burlando a los servicios de inteligencia del Estado, que con tanta contundencia habían sido capaces de neutralizar a los ciudadanos irresponsables que durante el confinamiento de primavera salían a pasear clandestinamente al aire libre—, 2021 empezó hecho un desastre.
A tales extremos críticos llegó la situación, que los gobiernos tuvieron que ponerse serios y amenazar con nuevas restricciones: las primeras de todas, ensayadas exitosamente en el último trimestre del curso anterior, el cierre de las escuelas y la teledocencia. Para implementar estas medidas sanitarias, contaban con el apoyo de algunos sindicatos de profesores y partidos de izquierdas que valoraban la salud pública por encima de la economía.
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