Pura literatura

 


En sus clases de Literatura, el profesor Miguel S leía fragmentos del Quijote a los estudiantes de Secundaria. No les obligaba a leer la obra completa; ni siquiera la primera parte. Tampoco se alargaba en tediosas explicaciones sobre su estructura narrativa. Unas veces leía los fragmentos más famosos, como la aventura de los molinos o el discurso de la Edad de Oro; otras, abría el libro por cualquier página y leía lo que saliera al azar.


Cualquier texto valía, incluso la tasa.


La tasa ─explicaba a chicas y chicos de quince años que por lo general tenían la cabeza en otro sitio─ era un documento que figuraba al principio de la obra, en el que constaba su precio de venta al público, de acuerdo con el número de pliegos. Así, en el caso de El ingenioso hidalgo de la Mancha, el escribano de Cámara del Rey, Juan Gallo de Andrade, tasa cada pliego en tres maravedís y medio. Como el libro se compone de ochenta y tres pliegos o cuadernillos, su precio final asciende a 290,5 maravedís, que equivalen a 8,5 reales. En la Castilla de 1605 dicho caudal daba para comprar unos diez kilos y cuarto de carne de carnero;  o bien, cinco pollos; o bien, cuatro docenas y media de huevos. ¿Cuánta gente podía permitirse el lujo de detraer 8,5 reales del presupuesto familiar para la adquisición de una novela? Aunque fuera una novela ciertamente graciosa, protagonizada por un loco que se creía caballero andante: las cuentas no salían.


 Como un tema lleva a otro, la clase terminaba con una reflexión sobre Don Quijote como símbolo del idealismo.


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