Pijama, google y cocacola

 


La profesora Natalia L fue a comprar el pan. La hija de la panadera había sido alumna suya, así que preguntó qué tal le iban los estudios.
—¿Mi hija? Yeni está encantada con la enseñanza a distancia...
—Hace Biología, ¿no?
—Sí, pero en la universidad solo tienen clases presenciales dos días a la semana. Y a ella ese sistema le va muy bien.
—Menos mal...
—Ya te digo. Se pasa el día metida en la habitación, en pijama, con sus videoconferencias y sus cosas, sin que nadie la moleste. Algunas tardes le llevo algo para merendar. Es que si no, ni come. Perdona, ¿me has pedido una barra de centeno?
—Sí, por favor. Y me pones también una docena de magdalenas.
—¿Integrales o normales?
—Normales, que las otras están muy sosas.


De camino al instituto, Natalia L se paró ante el escaparate de un salón de belleza, que anunciaba sus especialidades en una pantalla: uñas de gel, tratamientos faciales y corporales, cuidado del cabello, queratina, extensiones, presoterapia, depilaciones, etc. El salón se llamaba D Uñas. La mujer que lo atendía vestía una bata blanca y le sonreía al otro lado del vidrio.
Natalia L se acordó de Yeni, encerrada en su habitación. ¿Cómo eran las uñas de Yeni? Indudablemente no se cortaba las uñas y durante el confinamiento le habían crecido hasta convertirse en afiladas garras felinas. Tampoco se duchaba ni se cambiaba de ropa. La habitación olía a pies. La cama estaba deshecha, con un lío de mudas amontonado sobre el revoltijo del edredón. Esparcidos por el suelo, papeles, calcetines y latas de bebidas. 

En el momento de pagar el pan y las magdalenas, la panadera le había dicho:
—Yeni quiere especializarse en Botánica. Lo tiene claro. Desde niña, siempre andaba por el monte cogiendo flores para coleccionarlas en un cuaderno y clasificarlas. La tía apunta alto, ¿eh? Yo le digo que prepare las oposiciones de enseñanza y luego, cuando tenga un trabajo fijo, que se dedique a investigar. En este país no se puede vivir de la ciencia, hay que irse al extranjero...


Natalia L devolvió la sonrisa a la esteticista y siguió andando hacia el instituto, situado en las afueras del pueblo. Se accedía al edificio escolar a través de una avenida bordeada por sendas hileras de robles. Un bosque de pinos rodeaba el complejo. Los campos y setos lucían el verdor primerizo de marzo. Sin embargo, el extenso parque estaba vacío. Aquel día, también en el instituto, tocaba clase a distancia. Los profesores impartían sus lecciones por videoconferencia. Se evitaban de este modo desplazamientos inútiles y todo tipo de peligros: ningún menor sufría acoso, no había accidentes de tráfico en las rutas escolares, nadie perdía el tiempo en las aulas por culpa de los gamberros, disminuía el trapicheo de drogas, se regeneraba el pisoteado césped del jardín. 

Natalia L, profesora de educación física, se dirigió al pabellón de deportes. Entró en su despacho, que era también vestuario y ducha. Se conectó a cisco webex meetings para impartir la clase virtual. Mientras tanto, mordisqueaba una magdalena procurando que las migas no le cayeran en el teclado. Se dio cuenta, por cierto, de que tenía las uñas horrorosas.

 

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