Iletrados

 


 

 

  Esto era un profesor que estaba deprimido porque sus alumnos no leían nada y era incapaz de inculcarles el gusto por la lectura. Cada vez que les mandaba leer un libro  obligatorio y escribir luego el resumen, la mayoría lo copiaba del Rincón del Vago. Daba lo mismo que la lectura forzosa fuera una versión adaptada del Lazarillo o un Manolito Gafotas: solo si tenía menos de cincuenta páginas (con ilustraciones incluidas), sopesaban el volumen cautelarmente  y leían, como mucho, el capítulo primero.
—Son una pandilla de iletrados  —se quejaba al borde de las lágrimas.
—Un hatajo de ágrafos, diría yo —suspiraba el especialista en Audición y Lenguaje.
Incluían en este colectivo de desahuciados a personas que eran, en verdad, alérgicas a la letra impresa, pero también a chicos y chicas que aborrecían las lecturas obligatorias porque lo suyo eran los grupos musicales coreanos, las razas caninas, las relaciones tóxicas, las relaciones tórridas, el Real Madrid y el Barcelona, los amores de quinceañeras románticas y vampiros, las escuelas de magos o los zombis, y leían todo lo que se publicaba sobre dichos temas. En resolución, se enfrascaban tanto en sus lecturas que se pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio, así que cómo iban a tener tiempo para otras cosas; pongamos por caso, para leer nada de verdad.


Al profesor, como es natural, le llevaban los demonios y los amenazaba con un Quijote completo si no cambiaban de actitud.

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