Kilimanjaro

 

De Sklmsta - Trabajo propio, CC0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=9875210

 

 Veía una jirafa aunque lo que tenía delante era un profesor, un genuino profesor de gramática, enfadado hasta decir basta, que largaba tremendos chillidos y amenazaba con inapelables castigos, el primero de los cuales era quizá esa lluvia de partículas salivares con que ponía chorreando a los alumnos sentados en la primera fila; quienes aguantaban el chaparrón con ademán imperturbable pues cualquier movimiento, mueca o visaje sospechoso podía provocar una reacción contraria del furibundo orador y nadie quería exponerse a represalias, máxime si tenemos en cuenta que nadie se acordaba ya del motivo de la reprimenda y que mientras él se desgañitaba voceando, el tiempo de clase transcurría sin que hubiera que tomar apuntes o se acumulara materia para el examen, por lo que todas las obligaciones se reducían a aparentar cara de circunstancias, evitando a toda costa sonreír, ya que una sonrisa a destiempo, inadecuada, impertinente, fuera de lugar, se interpretaría indudablemente como una provocación y acarrearía consecuencias desastrosas.


Veía una jirafa porque en la clase anterior de Zoología la profesora les había puesto un documental sobre las jirafas de la sabana africana, mamíferos artiodáctilos que campan a sus anchas por las verdes praderas durante la estación lluviosa pero malviven durante la estación seca cuando el pasto se vuelve pardo y polvoriento; jirafas perseguidas por una leona hambrienta, jirafas mordisqueando la hojarasca de una acacia o baobab, jirafas mamás que cuidan de sus jirafas chicas, jirafas anestesiadas por los guardas forestales a las que después de dormidas les sacan una muestra de sangre, jirafas en el punto de mira de los cazadores furtivos, jirafas estiradas que posan para los expedicionarios de los safaris fotográficos; jirafas tan lejanas de los jeroglíficos gramaticales que era imposible pasar de una a otra asignatura sin interferencias.

Veía, pues, una jirafa aunque lo que tenía delante era un profesor, un genuino profesor de gramática, cuyo cuello se tensionaba y alargaba, culminado por una cabeza desproporcionadamente pequeña, si bien estilizada, de hocico prominente, cuernos en su justa medida —ni banales ni letales—, orejas desplegadas a los susurros del viento en la sabana, que se acercaba a su pupitre y le gritaba “¿Qué he dicho, Sánchez? Me parece que no te estás enterando de nada”; a lo que Sánchez aturullándose, sonrojándose, contestaba “Kilimanjaro”: Kilimanjaro, la gran montaña nevada que las jirafas miran en el horizonte.



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