Polvorín escolar

 


 María T y Lorena V eran  buenas compañeras. Por su cumpleaños, María le había comprado a Lorena un paraguas estampado con la noche estrellada de Van Gogh. Como su cumpleaños era en noviembre y estuvo lloviendo durante dos semanas seguidas, a Lorena le vino muy bien el regalo.  Esta, por su parte, convidó a los colegas a tarta de manzana, hecha por ella misma según una receta que había heredado de su madre. Preparó dos tartas, que llevó a la sala de profesores y apenas duraron los veinte minutos del primer recreo. En el terreno profesional, María y Lorena nunca habían discutido por asuntos de trabajo, y eso que formaban parte del mismo departamento.


Un día Lorena se olvidó el paraguas de Van Gogh en casa y cuando llegó a la escuela, empezó a llover a mares. En el aparcamiento, María maniobraba marcha atrás para estacionar su coche en batería y no vio a Lorena, que  acababa de salir del suyo  y caminaba hacia la entrada principal del edificio, cubriéndose la cabeza con la cartera para protegerse de la lluvia. Lorena iba distraída y pasó justo detrás del Voswagen Golf rojo metalizado de María cuando esta daba marcha atrás. Lorena se llevó un susto de campeonato. La cartera se le cayó a un charco y ella misma dio un traspié y pegó un grito que nadie oyó en el fragor del diluvio. De nada valieron, pasado el susto, las disculpas de María, que reconoció su despiste. Lorena propinó un manotazo rabioso en el alerón del Voswagen Golf mientras lanzaba a la conductora una ráfaga de insultos desvariados y pueriles. María no se lo tomó a mal. Dejó que Lorena se desahogara. 


María enseñaba Historia. Aquel día tenía una clase sobre el descubrimiento de América y en medio de la explicación salió el nombre de los hermanos Pinzones. Nada más decirlo, a Pedro D, uno de los chicos más gamberros, se le ocurrió una rima fácil que no dudó en recitar a grito pelado. Naturalmente fue expulsado del aula, enviado al despacho de la jefa de estudios y sancionado. Lorena enseñaba Geografía y aquel día tenía una clase sobre Portugal. “¿Cuáles son las principales ciudades del país vecino?”, preguntó en primero de Secundaria. Luis N levantó el brazo y casi se tiró en plancha hacia la profesora: “¡Braga!” La clase estalló en carcajadas. ¿A quién se le ocurría ponerle a una ciudad el nombre de una prenda interior femenina cuya sola mención suscitaba las fantasías calenturientas de los estudiantes varones?  Después de las risas vino el castigo: un examen sorpresa sobre las capitales de Europa. Nadie aprobó, porque la maestra preguntó las más difíciles, desde los páises bálticos a los Balcanes. Las dos colegas salieron, en fin, desesperadas de las aulas: nadie mostraba interés por sus asignaturas, los chavales no atendían ni participaban y los alborotadores convertían las clases en un gallinero.


Durante el recreo, Lorena y María, sentadas en un rincón aparte de la sala de profesores,  mantuvieron una conversación distendida. Lorena estaba avergonzada por su estúpida reacción en el aparcamiento. María se mostró comprensiva: eran los nervios, todavía a ella le temblaban las piernas. Las dos compañeras se abrazaron. Lorena invitó al café y se lamentó por el olvido del paraguas, justo un día en que llovía tanto. Quedaron en cenar juntas, con sus parejas, un fin de semana cualquiera.


A la hora siguiente, María tenía una clase sobre la Revolución Rusa. Explicó las ideas del partido bolchevique, las sintetizó en un esquema y leyó un texto de Lenin, que los estudiantes comentaron con notable madurez crítica. A la misma hora, Lorena tenía una clase sobre el continente antártico. Para hacerla más amena, proyectó un documental sobre los investigadores polares españoles. El grupo permaneció atento y en silencio, y a todo el mundo le resultaron muy simpáticos los pingüinos. Ambas profesoras salieron realmente contentas de las aulas, satisfechas por el comportamiento y la actitud del alumnado.




Comentarios