Castilla la común, 10

 


 

 No sé si son de trigo o centeno estos campos de cereales. La verdad, no entiendo nada de agricultura. Pero sé que me gustan y que hombres madrugadores los han labrado con sus tractores para que la industria del pan sea posible. Sé que cuando circulo en coche a más de cien kilómetros por hora, atravesando campos tan hermosos que dan ganas de pararse en una cuneta, postrarse en el suelo y rezarles una plegaria, voy de una ciudad a otra, voy apremiado por este o aquel asunto, voy del trabajo a las vacaciones o viceversa. Y nunca me detengo. Y si me entra sueño, los insulto porque son siempre iguales y bostezo la palabra “monotonía”, que he leído en alguna parte. Dejo atrás pueblos y despoblados, y apenas paro en las gasolineras. El palomar derruido, el molino de viento, las filas de girasoles son detalles que olvido por completo cuando llego a mi destino.
Ojalá un día, a lomos de Rocinante, recorra a la aventura esta tierra extraña y llena de maravillas como las Indias remotas. Nos la escamotearon los poetas y las agencias de viajes, y aunque era nuestra tierra, no la conocíamos

 

 

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