Castilla la común, 16

 


 

Una botella de medio litro de agua mineral de una conocida marca castellana cuesta 0,62 euros. Un paquete de un litro de leche de otra conocida marca del país cuesta 0,93: sale, por tanto, a menos de 0,47 el medio litro de leche. ¿Cómo es esto posible? Para obtener la leche hay que ordeñar la vaca, alimentarla y cuidarla, lo que requiere pastos, instalaciones ganaderas, tratamientos veterinarios, etcétera. El agua, en cambio, solo hace falta embotellarla. Una botella atractiva, de diseño ergonómico y supuestamente ecológico, transforma el líquido trasparente del manantial en un cotizado producto, sano y natural, que exhiben los oficinistas en el bolsillo lateral de su mochila, los futbolistas en las ruedas de prensa y los bares en vitrinas, entre las caras y coloridas botellas de ginebra, vodka, whisky y otros licores. Todo lo contrario de la leche.
—¿Leche? Leche era la que bebíamos antes en el pueblo, recién ordeñada de la ubre de la vaca. Ahora, los muy ladrones nos venden agua por leche, un brebaje que no sabe a nada ni es alimento.
—¡Ojalá! —oigo decir a un ganadero cuyos menguados ingresos no dan ni para cubrir la deuda contraída con el banco—. ¡Ojalá fuera agua y nos la pagaran a precio de agua fresca!
 

 

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