Castilla la común, 23

 


 Cruzaba un poeta los campos de Castilla en un coche que circulaba a 130 km/h por una autovía pública cuando vio a lo lejos o, dicho de otra manera, “vislumbró en la inmensidad del yermo”, un objeto que se movía de aquí para allá en medio de un trigal o, dicho de otra manera, “en la aspereza del páramo”; y aunque no distinguía claramente si era el fantasma del Cid montado en su caballo Babieca o el de don Quijote cabalgando sobre Rocinante, el misterioso espejismo le puso melancólico y le colmó de inspiración. Cuando llegó a su ciudad, escribió un ensayo sobre la España profunda para una revista de izquierdas y un soneto sobre la España vaciada para una antología de derechas. A esa misma hora, el agricultor Sancho Pérez, que había estado cosechando el trigo al mando de un tractor Massey Ferguson 6718S Dyna 4 —comprado de segunda mano y financiado a cómodos plazos—,  descansaba en su casa, despatarrado en el sofá, viendo un episodio de El juego del calamar en Netflix: a cientos de kilómetros, a años luz, de las ensoñaciones del poeta.

 

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