La asamblea de la diversidad

 


 

 Anoche soñé con una asamblea y no pude dormir. Un grupo de ciudadanos nos reuníamos para constituir una plataforma en defensa de la educación pública. Todos estábamos de acuerdo en lo fundamental. Todos coincidíamos en que una ratio de más de 35 alumnos por profesor era un disparate y exigíamos el fin de los recortes presupuestarios. La buena armonía se torció, sin embargo, cuando procedíamos a la elección de un portavoz o portavoza. Alguien levantó la mano y preguntó: “¿Por qué no un portavoce?” Le respondió un vozarrón irritado: “¡Ya estamos con mariconadas!” Se armó una bronca monumental. Todo el mundo quería opinar sobre el lenguaje políticamente correcto. La moderadora se desesperaba porque nadie respetaba los turnos de palabra.  Chillaba: “¡Un poco de respeto!” o ¡Vamos a ser educados!” pero los insultos no dejaban oírla. Un cojo amenazó con la muleta a una señora que se quejaba de que hoy en día, qué ridiculez, a un cojo no se le puede llamar cojo y hay que llamarlo discapacitado funcional. 


Cuando los ánimos se calmaron y retomamos el asunto de la asamblea, una mujer levantó la mano y dijo que ellas, las mujeres, eran las principales afectadas por la degradación de la enseñanza pública: ellas eran las que acudían a las reuniones de tutoría; ellas, las que se quedaban en casa cuando los hijos enfermaban o los profesores se ponían en huelga; ellas, las que se rebelaban contra la educación patriarcal. Sintiéndolo mucho, se desmarcaban de la asamblea para constituir una plataforma propia de mujeres.


Casi la mitad de la asamblea abandonó el local.


Tomó la palabra, entonces, un representante de los inmigrantes africanos y expuso una serie de problemas que afectaban de lleno a su colectivo: muchos padres no hablaban castellano y no entendían a los tutores ni al personal de los centros; les resultaba imposible ayudar a sus hijos con los deberes; además habían observado que los libros de texto tenían un sesgo eurocentrista y obviaban la diversidad cultural, lo que abocaba a las minorías al fracaso. Sintiéndolo mucho, se desmarcaban de la asamblea para constituir una plataforma propia de inmigrantes.


Apenas quedaba una docena de personas en la asamblea y se planteó otra escisión. Esta vez fueron los habitantes de las zonas rurales quienes alegaron un memorial intransferible de agravios: dificultades de conexión a internet, mal funcionamiento del transporte escolar, carreteras en pésimo estado y lejanía de los centros culturales. Solo una plataforma propia les permitiría luchar por sus derechos. Abandonaron la asamblea.


Cada grupo constituyó su propia plataforma y organizaba por separado concentraciones y actos de protesta. A veces conseguían algo. Si no veían atendidas todas sus reivindicaciones, al menos se conformaban con que los otros consiguieran menos.

 

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