Pinchazo

 


 

La ciclista estaba cambiando una rueda pinchada y vio que se acercaba un todoterreno por el camino del monte.
Pensó: “Ahora se para y me pregunta si necesito ayuda”.
Solo con ver la cara del conductor estaba segura de que actuaría de ese modo pero no le importaba demasiado. Respondería: “No necesito nada, me las apaño perfectamente sola”.
Era un cazador. El vehículo llevaba un remolque en el que había un ciervo muerto. La sangre se había encharcado en la superficie de la caja: la cabeza del animal, con sus grandes cuernas, lista para ser cercenada y exhibida como un trofeo.
El cazador asomó medio cuerpo por la ventanilla y examinó la rueda de la bicicleta.
 —Primero cambia la cadena al piñón pequeño —dijo—. Luego advirtió que no era fácil desmontar el neumático con una sola palanca.
Quizá él tuviera la herramienta adecuada.
—No hace falta —insistió ella.
El cazador: un hombre de unos cuarenta años, vestido de camuflaje, que había matado un ciervo. Pero, ¿qué hay de malo u ofensivo en que se mostrara educado y cortés?
Estuvo hurgando en la cabina hasta que encontró un desmontable de plástico duro. Haciendo palanca con los dos desmontables entre la cubierta y la llanta, extrajo la cámara en menos de un minuto. Y en poco tiempo, sustituyó la goma pinchada por una nueva y colocó la rueda, comprobando que no tenía holgura.
La ciclista dijo:
—No te preocupes, la inflo yo.
—Se está haciendo de noche —dijo el cazador—. ¿Vas muy lejos?
—No.
—¿Quieres que te baje en el coche?
—De verdad que no.
—Me da apuro dejarte aquí sola.
—No pasa nada.
La ciclista distinguió el cañón del rifle, que se recortaba en el marco de la ventanilla, y una mochila y cosas desordenadas en el asiento trasero.
—Adiós —se despidió el cazador, que parecía ofendido por su actitud esquiva.
Seguramente era un buen hombre: la había ayudado a reparar la bicicleta y se había ofrecido a llevarla a casa. ¿Qué le hubiera costado a ella pronunciar una palabra amable, agradecerle su atención con una sonrisa?
El todoterreno arrancó con brusquedad y las ruedas levantaron un montón de barro. En el remolque, se oyó el golpeteo de las cuernas del ciervo contra la chapa.
Cuando terminó de hinchar el neumático, la ciclista se dio cuenta de que había perdido el tapón de la válvula. Le fastidiaba que una válvula tuviera tapón y la otra, no. Lo buscó entre las piedras del camino, aunque de manera apresurada. “Se está haciendo de noche”, le había dicho el cazador. Y tenía miedo de que la oscuridad la sorprendiera sola en el monte.


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