Noticias del frente del Este, 4

 


La ola de buenismo progre y conservador que se ha extendido por Europa con motivo de la guerra está muy bien. Nos hemos vuelto tan humanos, tan demasiado humanos, que dan ganas de salir a los balcones, a los ocho de la tarde, y aplaudirnos a nosotros mismos como aplaudíamos antes al personal sanitario. Que no falten banderas azules y amarillas, y carteles pintados por  nuestros hijos con arcoiris y mensajes motivadores del tipo “Todo saldrá bien”, “La OTAN vencerá”, “Lanzacohetes y lanzagranadas para el ucraniano y la ucraniana”.


Como quijotes aventureros, cualquier ciudadano anónimo está dispuesto a echarse a la carretera, tirarse dos días de viaje hasta Polonia para transportar allí un generoso cargamento de ayuda humanitaria y venirse a continuación de vuelta con una familia que perdió su casa en los bombardeos y cuyos miembros varones fueron reclutados por las fuerzas armadas. Ni el precio de la gasolina echa atrás a estas almas idealistas.


Pero semejante adhesión inquebrantable a la causa de la paz y la libertad ha de tener unos límites razonables. Porque no veo yo tanta sensibilidad en la valla de Melilla. Como sabemos por imágenes recientes, no se recibe en Melilla con flores, orquesta y permisos de residencia a los subsaharianos (léase “negros”) que, según algunos conversos a la solidaridad internacional, vienen a  España a robar y violar. Y conste que si a estos les espera una somanta de palos y una deportación exprés, mayores riesgos corren los que optan por la vía marítima para arribar a las costas de Europa: a los barcos de las organizaciones de salvamento se les ha perseguido como a piratas y se les ha negado puerto para desembarcar a los náufragos. Los refugiados de África, por cierto, no nos piden lanzagranadas y si llegan a Europa estarán destinados a realizar los trabajos más duros a cambio de los salarios más bajos. Nos salen, ciertamente, baratos.  Sería el colmo del esnobismo que la televisión pública exhibiese en todos sus programas, en una esquina de la pantalla, la bandera de Mauritania o Costa de Marfil como gesto de apoyo a los parias del sur. No me figuro, en fin, a Josep Borrell pronunciando un altisonante discurso histórico por los olvidados de la historia ni a Pedro Sánchez volando hasta el desierto para llevar la ayuda de España a los beduinos y a las beduinas. 


La taimada sabiduría popular dice: “El que me hace más bien de lo que suele o engañado me ha o engañarme quiere”. En verdad, esta ola de buenismo es mayoritariamente sincera, altruista y encomiable por la parte del pueblo, pero nadie busque una pizca de piedad en los gobiernos que han atizado la discordia ni entre los criminales que hacen negocio de la guerra. Entonces, ¿abandonamos a los ucranianos a su suerte? No. La mejor manera de ayudarlos es parando la guerra  o, como ello no esté a nuestro alcance, parando a los dirigentes que se empeñan en que no se puede, o incluso no se debe, parar la guerra.


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