Noticias del frente del Este, 7

 


 Las mascotas, en Ucrania, están sufriendo un holocausto. El comportamiento desconsiderado de las tropas invasoras con criaturas inocentes, que carecen de sustancia racional y política, indigna a personas sensibles de todo el mundo.


Los enviados especiales han reportado casos de manadas de perros que, muertos o desaparecidos sus dueños, vagabundean hambrientas por las ciudades en ruinas. En jaurías semejantes se agrupan los gatos abandonados. Si en tiempos de paz, los perros y los gatos se llevan como perros y gatos, en tiempos de guerra la enemistad entre ambas especies se recrudece y los que antes eran tiernos animales de compañía se enfrentan en batallas sangrientas que se saldan con decenas de cadáveres. Algunas mascotas reniegan inequívocamente de su antigua amistad con el ser humano porque cuando sonó la alarma un agente de policía o un vecino quisquilloso les negó el acceso al refugio antiaéreo y tuvieron que quedarse fuera en plena tormenta de misiles. Estos perros y gatos padecen con frecuencia graves trastornos de comportamiento provocados por el estruendo de la artillería. Por lo que respecta a las pequeñas mascotas, como los hámsteres, se diría que han rehecho felizmente sus vidas. Dado que se desenvuelven con soltura en el mundo subterráneo, campan a sus anchas bajo los cascotes y el mayor peligro a que se exponen, aparte de un derrumbe, es al encuentro fatal con un gato asilvestrado o una rata del tamaño de un pastor alemán. Asimismo los canarios y demás pájaros cantores, reventados los barrotes de sus jaulas, anidan en los árboles de los parques y bosques cercanos y su vida discurre con relativa tranquilidad, a no ser que los fulmine la bala traidora de un francotirador.


La escasez de alimentos afecta tanto a los antiguos dueños como a las mascotas. Estas no se resignan a una muerte heroica por una patria que son incapaces de entender. En consecuencia, las patrullas de milicianos tienen que abrir fuego constantemente contra jaurías de perros que se disputan los despojos de un cadáver humano. En un pueblo arrasado del Este, un soldado abatió a un can callejero que devoraba el brazo amputado de una mujer. Era un brazo blanco y carnoso, que tenía un reloj de oro en la muñeca. El militar remató al perro de un tiro en la nuca, robó el reloj y dio cristiana sepultura al brazo debajo de un montón de escombros.

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